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viernes, abril 26, 2024

No olvidemos la célula básica de la sociedad

La Constitución Política del Perú de 1979 declaraba en su preámbulo “que la familia es célula básica de la sociedad y raíz de su grandeza, así como ámbito natural de la educación y la cultura”. Una atinada declaración, clara, justa y desafiante. Ya no aparece así en nuestra actual constitución, pero no por ello ha dejado de ser cierta. No deberíamos olvidarla.

Es claro y evidente que con mejores familias se construye una mejor sociedad. Por tanto es necesario y justo dar a la familia tal importancia, en todo lugar; en las leyes, en los colegios y universidades, en los medios de comunicación, en el diario vivir. Es un desafío constante, que las autoridades locales y nacionales deben asumir, y promover su buena formación y desarrollo, con real intención, esfuerzo y dinero.

La familia nos forma; para bien o mal. Muchos podemos dar testimonio de las cosas buenas que aprendimos en casa. A mí me enseñaron desde niño a no tirar envolturas ni envases usados a la calle; y a buscar un baño público para no miccionar en las veredas. Me enseñaron a saludar a los mayores y a respetar al vecino, como evitar hacer bulla en las noches para que puedan descansar. Nunca vi a mi padre emborracharse, decir groserías, o golpear a mi madre, y crecí sin entender a los que lo hacían. De muy pequeño me dijeron que no debía tocar lo ajeno, que no debía robar “ni siquiera un alfiler”. Me enseñaron a amar mi patria, a mantenerme de pie cuando estoy ante el izamiento de nuestra bandera; a respetar las leyes de tránsito. Mis padres me llevaban a la iglesia, me inculcaron valores espirituales, aprendí a confiar en Dios y respetar sus mandamientos.

No, mi familia no fue perfecta; pero recibí amor, disciplina y ejemplo. También es cierto que yo no siempre actuaba conforme a lo que mis padres me enseñaron. Pero cuando desobedecía y tomaba decisiones incorrectas, tampoco me quedaba tranquilo… había una voz interior, una advertencia, un freno que me obligaba a no avanzar más por esos caminos diferentes al que me habían inculcado; eso ayudaba a incomodarme con malas compañías y a mirar de lejos el mal que otros hacían. Lo que recibí de mi familia me guardó de muchos errores. Hoy, siendo padre y pastor, lo entiendo más que antes.

Es evidente y claro: Si fortalecemos a las familias, tendremos una sociedad más fuerte. Si en casa los hijos aprenden respeto y honestidad habrá menos adultos corruptos y abusadores. Si en el hogar, nuestros niños son amados y disciplinados, será menos probable que se unan a pandillas o “huyan” con su pareja adolescente. Si los padres son dignos de respeto será más fácil a los jóvenes aprender a respetar las leyes. La familia es el “ámbito natural de la educación y cultura”, ¡no lo olvidemos!

Se viene otro “día de la familia”, hagamos algo por ella; tomemos decisiones, formulemos cambios. Que nuestras autoridades “hagan algo” acorde a lo que nuestra constitución vigente declara: “La comunidad y el Estado protegen (…) a la familia y promueven el matrimonio. Reconocen a estos últimos como institutos naturales y fundamentales de la sociedad”. Protección que se extiende a la “unión estable de un varón y una mujer, libres de impedimento matrimonial, que forman un hogar de hecho…”

Protejamos a la familia de sus enemigos: los antivalores, el orgullo, la deslealtad, la irresponsabilidad; las familias deben aprender a defenderse de ellas. Que se divulguen buenas prácticas familiares a seguir; que se revalorice el matrimonio y se realce la fidelidad. Volvamos a los buenos consejos de antaño. Valoremos este “instituto natural y fundamental” tal cual la naturaleza lo muestra y tal como Dios la instituyó. Miremos los problemas de nuestra nación desde su raíz y atendamos a las familias; en ellas también está la “raíz de su grandeza”.

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