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jueves, marzo 28, 2024

Golpe por golpe

Zavala mantiene la estrategia que le ha costado tres ministros en menos de un año

Ante la renuncia del vicepresidente Martín Vizcarra al sector de Transportes, y ante la eventualidad de la interpelación del ministro del Interior, Carlos Basombrío, el presidente del Consejo de Ministros (PCM), Fernando Zavala, decidió golpear la mesa y enfrentar a la mayoría legislativa. Señaló cosas gruesas como, por ejemplo, que una cosa era el control político y otra el abuso de poder, y que una cosa era fiscalizar y otra obstruir. Todo parece indicar que el objetivo de Zavala era atribuir la renuncia de Vizcarra al fujimorismo, quizá como una especie de golpe preventivo para evitar que las cosas con Basombrío vayan para mayores.

De alguna manera Zavala hizo lo que en el Ejecutivo se ha venido haciendo desde que asumió el poder, luego de una segunda vuelta con alta polarización. Es decir, colocarse ya sea al frente o detrás de la ola de la polaridad fujimorismo versus antifujimorismo. A veces el gobierno ha aparecido como la víctima, y en ocasiones como un impulsivo agresor, en las confrontaciones con la mayoría legislativa.

Y es que una polaridad política, generalmente, los papeles de víctima y agresor se reparten entre los bandos de acuerdo a las circunstancias. Por ejemplo, durante la censura a Jaime Saavedra el gobierno apareció como víctima, y durante la discusión de la ley de reconstrucción con cambios el fujimorismo se victimizó ante el manoseo de la situación carcelaria de Alberto Fujimori y la pretensión de ningunear a Keiko Fujimori y fracturar a la mayoría parlamentaria.

Zavala sigue tropezándose con el mismo cerro que ha derribado a tres ministros en menos de un año (uno renunció por problemas personales). Es decir, sigue apostando a la polaridad fujimorismo versus antifujimorismo —por más que las formas y los gestos digan lo contrario— que arruinó la primera luna de miel del pepekausismo y amenaza tragarse la subida de la popularidad gubernamental luego de la emergencia.

Pero, ¿cuál es el origen de esa polaridad? Es simple: la tesis o la simple creencia de que en democracia se puede gobernar sin el apoyo o en contra de la mayoría legislativa. Esta tesis se refuerza con la creencia de que los medios de comunicación en el Perú pueden reemplazar a las alianzas y respaldos políticos, clásicos en cualquier democracia.

De alguna manera participar de la tesis de que se puede gobernar contra una mayoría legislativa es participar de una estrategia de veto en contra de una mayoría congresal en democracia. Quizá Zavala no sea consciente de su posición por su formación tecnocrática y por su distancia política, pero es lo que sucede en la práctica cuando los ministros del Gabinete se pasean en los medios golpeando al movimiento naranja por un artículo derogado en los decretos legislativos.

El gran problema de la estrategia de Zavala es que solo lleva a la administración PPK a una derrota segura, a la crisis de la democracia y a la ralentización de la economía. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el fujimorismo se endurece en la polarización y comienzan a engrosarse los sectores radicales que, incluso, pueden llegar a relativizar el crecimiento económico. Tal como sucede con el proyecto de Karina Beteta, que pretende prohibir participar en la reconstrucción a todas las empresas que hayan subcontratado con las compañías brasileñas. Si eso sucediera, ¿cuántos bancos o AFP estarían en problemas?

Si Zavala cree que la caída de Vizcarra es un asunto político —y que la eventual censura de Basombrío es, igualmente, otra estratagema política—, entonces debería convencer al presidente Kuczynski de convocar a una segunda cumbre a Keiko Fujimori para resolver tamaño entrampe político. Aquí no valen los argumentos del extremista antifujimorista que habla de “humillaciones” y “orgullos”, como si la política fuese una pelea callejera o problemas de vanidades personales.

En la política solo hay objetivos, y el principal objetivo de la administración PPK es organizar la gobernabilidad para desarrollar un gobierno exitoso que impulse reformas de segunda generación y logre retomar tasas altas de crecimiento. La única manera de preservar las libertades políticas y económicas.

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