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viernes, abril 26, 2024

Morir en Manchester

El salvaje atentado perpetrado hace dos días en el estadio de la ciudad de Manchester, en Inglaterra, y que ha dejado más de 20 muertos y centenas de heridos, ha conmovido al mundo civilizado. Si bien Europa ya está casi acostumbrada y preparada para esta clase de atentados del yihaidismo islámico, en esta ocasión el caso se ha revestido de características muy especiales.

El perturbado fanático religioso era un joven de 22 años, ciudadano del Reino Unido, hijo de una familia libia que llegó hace más de dos décadas a Inglaterra huyendo de la sangrienta dictadura de Gadafi, los que fueron acogidos y se les dio la oportunidad de vivir una vida digna y en paz en la tierra de Albión. A pesar de todo esto, el joven yihaidista no dudó en hacer morir a personas indefensas que fluctuaban entre los 13 y 17 años.

Los atentados en Francia, Alemania y en otros países de la Unión Europea, también se han caracterizado por su crueldad y desprecio por la vida humana, y las víctimas siempre han sido civiles de edades diversas. Es la primera vez que el objetivo ha sido un estadio con capacidad para 20 mil personas, niños en su mayoría, que espectaban el concierto de una de las estrellas musicales del momento.

Esto es lo que reviste de una singular monstruosidad a este hecho y que lleva a reflexiones que van mucho más allá de las simples explicaciones de la policía y los servicios de seguridad, así como de los políticos británicos y europeos. Constatar el nivel de degradación al que se ha llegado en esta época en lo que atañe a los principios de respeto y compasión por los más débiles, demuestra hasta qué punto pueden llegar sujetos despojados de todo aquello que nos diferencia de los irracionales.

No basta con las bravatas de Donald Trump contra el terrorismo islámico para que esto desaparezca. Muy por el contrario, su prepotencia, arrogancia y soberbia exacerba y da pie a que estos sociópatas justifiquen sus abominables acciones y pongan como pretexto la supuesta agresión de Occidente contra el islam, lo cual, es, a todas luces una gran falacia, alimentada por gobiernos que los financian, como el de Irán, y grupos de poder en Arabia Saudita.

El avance incontenible y sorprendente de la tecnología en lo que va del siglo XXI, no ha venido -desgraciadamente- acompañado de un avance en la mentalidad y nivel de mejoramiento espritual en los seres humanos que pueblan este planeta. Muy por el contrario, lo que en un momento se consideró que eran lacras ya desechadas producto de un pasado oscurantista plagado de ignorancia y superstición que data de hace dos mil años, ahora crece y se fortalece.

El terrorismo islámico no es un fenómeno exclusivo en esa religión monoteísta. Vemos cada día cómo en los países occidentales aumenta el fanatismo de los grupos fundamentalistas cristianos, que siguen a predicadores del odio, que no dudan en incitar al crimen y exterminio contra todos aquellos que sean diferentes y no comulguen con sus ideas. Un ejemplo de esto es el del fugado jefe del llamado Movimiento Misionero Mundial en el Perú, el portorriqueño Rodolfo Gonzáles Cruz, que llamó públicamente sus seguidores a asesinar a las mujeres lesbianas.

Y –“last but not least”- tenemos el fanatismo religioso de los judíos ortodoxos en Israel, que han alcanzado un considerable poder político en la democracia israelí y que de alguna manera dictan acciones claramente discriminatorias contra los palestinos que habitan los territorios ocupados desde 1967, lo que obliga al gobierno de Netanyahu, en coalición con estos grupos para formar gobierno, a cometer acciones que van en contra de todas la resoluciones de las Naciones Unidas.

Todo esto nos lleva a concluir que uno de los más peligrosos dramas de la humanidad en este siglo, y cualquier desenlace fatal que termine con la misma especie humana, es, sin duda, el crecimiento cancerígeno del fanatismo religioso, algo que ya estamos experimentando en el Perú con los grupos extremistas religiosos ultraconservadores que rechazan el laicismo y la modernización educativa con el apoyo de la mayoría parlamentaria. Sería un suicidio para la democracia peruana si el gobierno cediera al chantaje de la irracionalidad.

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