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jueves, abril 18, 2024

Testimonio de vida de los padres

En el mundo animal la gallina protege y enseña a sus pollitos los detalles de la vida, hasta cuando el pollo ya puede alimentarse solo. El pequeño elefante observa a la madre el diverso uso que le da a la trompa. La madre leona enseña a sus crías a alimentarse y les deja cuando ya aprendieron a cazar. En el ser humano no es distinto, el niño imita los detalles del comportamiento diario de los padres, desde los gestos, la alimentación, forma de sentarse, caminar y el uso de las palabras en el hablar. La vida diaria de los padres se convierte en un espejo gigante en movimiento que el hijo considera imperativo imitar. Claro, que el padre difícil baja la mirada al nivel de los ojos del niño, porque está preocupado en los quehaceres sociales y laborales. Generalmente, la madre también tiene la mirada en los mismos temas, pero en otras latitudes. Aunque los ojos de los padres miran en diferentes direcciones, no importa, en cambio, por instinto de súper vivencia, al no contar con otro apoyo, el hijo tiene su atención en los movimientos de la vida de los padres. Se va plasmando en la base formativa del niño, que cuando sea grande, vivirá igual que sus progenitores, porque si ellos están viviendo así, significa que está bien. Entonces, la vida de los padres, sin que ellos se den cuenta, se convierte en testimonio vivo, una imagen en movimiento que hay que imitar. Es el espejo reluciente que va impregnándose de a pocos en el mundo psíquico del hijo.

¿Qué pasa si el padre lleva una vida desordenada, llena de infidelidades, con actos cargados de corrupción, con borracheras diarias, con la práctica de actos delictivos? El hijo crecerá con la mentalidad que estos son actos normales. ¿Por qué estos padres tienen estos comportamientos desordenados? Con seguridad, porque sus padres también tuvieron comportamientos similares. La cadena avanza imparable de generación en generación.

El arraigo de estos comportamientos es bastante profundo, porque proviene de decenas y centenas de años y las generaciones que han pasado viviendo y observando estos comportamientos, murieron creyendo que así será la vida humana. ¿Habrá necesidad de romper estas cadenas? ¿Quién podría atreverse a meter sus narices en esta sartén caliente? “Si mis finados abuelos, todos eran mozanderos, tenían cincuenta o más hijos y nadie les decía nada” opina un transeúnte. “Si pues, mi bis abuelo era un borrachito quinientinero, mi padre también lo es y canta la canción de la anciana Andrea, que no tiene pelo por donde,…ni lo crea” añade un borrachito que participa en la charla. La gente cree que el arraigo generacional se ha convertido en norma indubitable.

Algunos esposos creen todavía que sus parejas son de su propiedad, a las que hay que castigarlas con golpes ante las desobediencias, quienes carecen de derecho de opinar; es decir, están viviendo en muchas décadas atrasadas. Sin embargo, en silencio, el hijo observa y observa y va acumulando en su mundo interior, que estos comportamientos son normales, porque en su rededor, en su mundo familiar se desarrollan de manera cotidiana. Pero, estos comportamientos son imágenes que se reflejan en el alma del hijo y que se quedan impregnados en su ser para toda su vida que le queda en adelante, que llegado el momento de ser padre y esposo saldrán a relucirse y expresarse con sobriedad.

Este testimonio de vida real es el legado que deja el padre a su hijo.

¿Por qué no se rompe la cadena? ¿Será posible que esta cadena generacional se rompa para dar paso a comportamientos diferentes de las nuevas generaciones? Es bastante difícil o prácticamente imposible obtener la ruptura de esta cadena con el solo tratamiento intelectual y social. Las personas estamos infectadas del espíritu maligno, quien hace fiesta de nuestro cuerpo. Tiene que existir la firme decisión personal, para expulsar ese espíritu maligno de nuestro ser, que nos carcome; seguidamente permitir el ingreso del Espíritu de Dios, para ordenar nuestros comportamientos humanos y ser como padres, buenos testimonios de vida de nuestros hijos. Convertir nuestras vidas, en espejos relucientes y transparentes, a los que nuestras futuras generaciones puedan emular con orgullo y satisfacción. ¿Será fácil romper esa cadena generacional? Es difícil; pero es más difícil mantener el norte del camino correcto, por la presencia abundante de piedras, de fáciles tentaciones humanas, que hacen sus esfuerzos para llevarnos de nuevo, para hacernos resbalar a ese camino perdido.

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