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sábado, abril 20, 2024

La caída de Trump

A estas alturas de cómo van las cosas en los EEUU, parece inevitable que la caída de Richard Nixon hace más de 40 años se repita con Donald Trump, sólo que agravada por las sospechas de colusión con los rusos y, por lo tanto, con el riesgo que su nombre sea borrado de la lista de presidentes de USA cuando sea echado de la Casa Blanca y sometido a un juicio que quizás lo lleve a la cárcel por muchos años.

La nominación de un Fiscal Especial de comprobada probidad para investigar la trama rusa de Trump, acompañada de las revelaciones que él y gente de su equipo de campaña habría mantenido relaciones secretas con los rusos desde 7 meses antes de las elecciones, junto con los secretos militares que hace poco habría proporcionado al Ministro de Relaciones Exteriores ruso para proteger la seguridad nacional de ese país, tradicionalmente adversario de los EEUU, han provocado que la confianza del pueblo norteamericano por el presidente esté en caída libre.

Ayer se conoció que el Comité de Inteligencia del Senado pedía la comparecencia del defenestrado Director del FBI, James Comey, y la entrega de los documentos que han hecho estallar el mayor incendio de su presidencia. Se trata de la reunión -publicada por The New York Times- que se celebró en el Despacho Oval el 14 de febrero pasado. Ocurrió al día siguiente de que el teniente general Flynn fuese destituido por haber mentido sobre sus conversaciones con el embajador ruso en Washington, Sergéi Kislyak.

Este tipo de documentos pueden ser requeridos en un juicio como prueba. Y ahora amenazan con salir a la luz y convertirse en un obús contra la Casa Blanca. En este sentido, el presidente del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes, el republicano Jason Chaffetz, ha exigido ya al FBI que se le entreguen “todos los memoriales, notas, grabaciones o cualquier comunicación entre Comey y el presidente”. A esta petición se sumó hoy el Senado.

La tormenta avanza en Washington. Tras el despido fulminante del director del FBI, el Senado ha tomado las riendas de la explosiva investigación de la trama rusa. En una demostración de vigor parlamentario, el Comité de Inteligencia ha llamado a declarar a puerta cerrada al caído James Comey y ha exigido al antiguo consejero de Seguridad Nacional, el general Michael Flynn, que entregue todos los documentos que le vinculen con Rusia. Un doble golpe que le recuerda al presidente Donald Trump que la partida sigue abierta.

Trump, con la defenestración de Comey, ha dejado claro que no está dispuesto a que nadie se cruce en su camino. Pero su poder tiene límites. En un sistema como el estadounidense, la presidencia es fuerte, no omnímoda. Y ahora mismo, pese a la irritación de la Casa Blanca, dos comités parlamentarios tratan de dilucidar si el equipo de campaña del presidente se coordinó en las elecciones con el Kremlin en sus ataques a la demócrata Hillary Clinton. El futuro de estas pesquisas es incierto, prueba de ello es el cerco al teniente general Flynn, un personaje nuclear en esta oscura tramoya.

La alarma desatada en Washington tiene todo el sentido. Resulta muy difícil obviar que Comey era el máximo responsable de una investigación que puede desencadenar graves repercusiones políticas y estratégicas para Trump: la que estudia la relación —cada vez más evidente— entre su candidatura a la presidencia de EE UU y el Gobierno de Rusia. También Richard Nixon fulminó al funcionario encargado de investigar irregularidades en la elección presidencial. El resto es historia; Nixon terminó dimitiendo.

Trump se ha acostumbrado a moverse en límites de la ley a los que nunca se acercaron sus predecesores, ya fueran demócratas o republicanos. Su guerra sin precedentes contra los medios de comunicación, la irresponsable utilización de delicados instrumentos legales como son las órdenes ejecutivas o el imprevisible y errático cambio de postura respecto a cuestiones internacionales no caen flagrantemente en la ilegalidad. Sin embargo, obstruir una investigación sobre el proceso democrático más importante de EE UU es un delito que le puede costar no sólo el cargo sino la libertad.

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