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jueves, marzo 28, 2024

Una Sociedad Enferma

¿Estamos tan enfermos como sociedad? ¿Qué tanto estamos dispuestos a tolerar?

Estos días, que se supone debieron estar dedicados a la reflexión o al compartir – según las convicciones de cada quien en torno a la Semana Santa – se convirtieron en días de horror, donde verdaderos monstruos volvieron a copar titulares por actos de inmisericorde crueldad.

Mientras en la costa una pequeña niña era víctima de una perversión sin nombre, aquí en San Martín el asesinato de un bebé en circunstancias atroces despertaba la indignación de toda la comunidad en pleno feriado largo. A la par, casos que involucran violencia contra mujeres e integrantes del grupo familiar se tornan inquietantemente cotidianos.

Asqueroso. Tan repulsivo. Estoy seguro que la gran mayoría de nosotros compartimos una indignación incontenible frente a lo que sucede en la región y el país entero. No pocos nuevamente claman la reinstauración de la pena capital en el sistema jurídico peruano. Y razón no les falta. Hay gente que debe desaparecer para siempre de la faz de la tierra.

Sin embargo, siendo realistas, no es posible implementar la pena de muerte en el Perú. El marco legal supranacional al que se encuentra sujeto nuestro país lo impide. Además, con las conocidas deficiencias la justicia peruana, no serían pocos los que fallecerían injustamente por delitos que no cometieron. Claro, desalmados como los que protagonizaron la cobertura mediática de estos días también serían ajusticiados, lo que nos dejaría mucho más satisfechos que verlos consumir oxígeno y ser alimentados en una prisión con dinero público. Entonces, cabe preguntarse: ¿valdría la pena arriesgarnos a conducir inocentes a una sentencia irreversible para acabar con tanta vileza?

En todo caso, si la pena capital no es una opción real – siempre quedará abierto el debate sobre su presunto efecto disuasivo -, ¿qué podemos hacer? Los llamados a sugerir propuestas con una mirada profesional son los abogados y los psicólogos. Sus campos de estudio deberían permitirles ver en mayor profundidad las complejidades de tan delicada problemática que atañe desde aspectos punitivos hasta preventivos. Pero algo debemos hacer y pronto. Es inadmisible resignarnos al ultraje, a las violaciones de niñas y niños, a la violencia de género y a los parricidios o feminicidios.

En ese sentido, tal vez debemos empezar por reconocer lo que somos: una sociedad maldita, enferma, carcomida hasta la médula por un nocivo cóctel de desvaríos y prejuicios.

Porque, en efecto, usted y yo somos parte del problema. Clamamos por la muerte de los violadores y, al mismo tiempo, ignoramos la relevancia de la salud mental, de la educación sexual y de romper tabúes arcaicos. Nadie se indigna cuando un candidato a cualquier posición de poder viene a pedir nuestro voto sin contar con ningún plan al respecto. ¿O es que crecer mentalmente sano no es importante? Vociferamos contra ideologías inexistentes pero callamos en todos los idiomas cuando vemos indicios de abuso en mujeres o niños. ¿O es que la violencia resulta aceptable hasta cierto punto? Nada justifica las monstruosidades que los humanos son capaces de acometer así como nada justifica la normalización de aquellas acciones que cobijan y nutren a los potenciales monstruos de nuestro entorno.

Yo también quisiera que mueran esos malditos. Pero también quisiera que mueran las malditas taras sociales que nos mantienen inertes mientras esos malditos dan rienda suelta a sus abominaciones.

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