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jueves, abril 18, 2024

El día después de Castillo

Castillo se fue. No es más nuestro presidente. No recuerdo cómo ni el porqué. Al parecer, nadie lo recuerda. Simplemente, dejó de ser y no es más… se siente en el ambiente.

La convulsión social cesó por completo. El problema no era estructural, no era una sociedad excluyente que lleva décadas ignorando a poblaciones históricamente postergadas. No se trataba de la expresión cíclica y repetitiva de un malestar inclemente y permanente en el Perú más profundo contra un sistema que lo invisibiliza. Tampoco era un clamor desesperado por igualdad de oportunidades en una república con complejo de comarca virreinal. Todo se trataba de Castillo. Con su salida, las demandas populares se perdieron en el despropósito.

Pero es más. Con la ausencia de Castillo, los precios bajaron tremendamente y ahora, como en nuestras añoradas épocas adolescentes, es posible adquirir una decena de panes con apenas un sol. Y, para saciar la sed, con diez soles basta para una primera ronda bien dada de refrescante cebada… fermentada y aromatizada con lúpulo. Cerveza, que le dicen. ¿La gasolina? Ni se diga. Está tan barata que da para andar desatado y desaforado cual motocarrista en protesta. Y es que el problema no era la inflación global postconfinamiento. Tampoco tenía nada que ver el conflicto armado entre Rusia y Ucrania, naciones con incidencia directa sobre el abastecimiento mundial de petróleo e hidrocarburos. En absoluto. Todo se trataba de Castillo. Con su salida, los precios volvieron a los de hace veinte años y hasta Putin se hizo mejor persona. Ni qué decir de los monopolios y los oligopolios. Los empresarios que manejan a su antojo sectores enteros del mercado peruano se conmovieron de nosotros, los pobres mortales, y ya que el Congreso había decidido exonerar de impuestos productos de la canasta básica familiar como el lomo fino, el faisán o el ganso – ¿en qué comedor popular no se come esto a diario? – decidieron no aprovechar el mayor margen de utilidad y redujeron todos sus precios. Héroes nacionales.

Y hay aún más. Con la salida de Castillo, los partidos políticos reflexionaron y, en un profundo acto de contrición, desistieron de sus intentos por defenestrar reformas vitales para el futuro del Perú – como la universitaria – y se unieron en un esfuerzo conjunto con el objetivo de cristalizar la tan ansiada reforma política que posibilita contar con mejores cuadros, mayor representatividad y partidos que verdaderamente sean eso: partidos; incentivando una militancia nunca antes vista en ellos con la consiguiente participación activa de la ciudadanía en una democracia que no era más un “prefiero dudas a certezas” o un “¿khé me queda?”. Finalmente, todo se trataba de Castillo. Su presencia nefasta enrareció a un país que, antes de él, era puro amor y no conocía el clasismo, ni el racismo, ni ningún otro tipo de segregacionismo. La discriminación era solo producto de esa dictadura comunista imaginaria que, sin su líder, se desvaneció con la misma rapidez con la que apareció. Ahora cantamos abrazados “Contigo Perú” las 24 horas del día y estamos ad portas de convertirnos en potencia mundial. ¿Quién te conoce, ‘gringolandia’?

Despierto. Castillo sigue ahí. Todo no era más que un sueño producto de la indigestión. Tal vez cenar frejol mela mela no haya sido tan buena idea. Tal vez. Y tal vez sea cierto que el presidente debe dejar el cargo. Tal vez sea cierto que todos – absolutamente todos – deban dejar sus cargos en el Ejecutivo y el Legislativo. Tal vez sea cierto que no damos para más, que debamos convocar a nuevas elecciones generales y ver a Keiko – y sus amigos – intentarlo por enésima vez. Pero, ¿y después qué?

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