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viernes, abril 26, 2024

Uchuraccay, la herida abierta

«Las fotografías han sentado las bases sobre las que se juzgan y recuerdan los conflictos de la humanidad, para la construcción de memoria histórica, de políticas públicas y la verdad»
Representar lo irrepresentable: “Las fotografías de Willy Retto, el reportero gráfico que a los 27 años registro su muerte. 

Un día como hoy el 26 de enero de 1983, ocho periodistas, un guía y un comunero fueron asesinados en el poblado de Uchuraccay, mientras investigaban las matanzas cometidas por Sendero Luminoso.  

Uno de los reporteros asesinados en el lugar, Willy Retto, logró tomar las últimas imágenes de esos hechos antes de morir. Esas fotografías fueron encontradas muchos meses después de la masacre, obteniendo a partir de ahí, distintos sentidos en su tránsito por el poder judicial, por los investigadores y los familiares, lo que permitió las diversas versiones sobre los asesinatos. 

En el 2003, la Comisión de la Verdad y Reconciliación recuperó y publicó las fotografías en su Informe Final “Yuyanapaq: Para Recordar”, lo que reavivó las luchas por las memorias sobre esos hechos. 

Distintos cronistas han intentado acercarse a la esencia de una verdad difícil de procesar, motivaciones y personajes, a la vez que una interpretación de una tragedia que hasta hoy conmueve a la prensa.

¿Por qué no se ha escrito todavía la gran crónica de la tragedia de Uchuraccay del 26 de enero de 1983? 

El periodista – escritor Juan Gargurevich, nos ofrece algunas luces sobre los hechos en el artículo “TRAGEDIA SIN ENTREACTOS” publicada en el suplemento VANIDADES del diario El Peruano. Gargurevich escribió esta crónica hace varios años, sin embargo, su contenido mantiene actualidad.  

Al iniciarse 1983 se acentuó el drama. En varios poblados de Huanta, incluyendo Uchuraccay, los comuneros –alentados por los militares– mataron a por lo menos treinta senderistas y provocaron así elogios desmedidos del Ejército y del Gobierno, incluyendo al propio presidente Fernando Belaunde. 

Fomentando el sangriento evento, el jefe militar Noel Moral declaró: “Hay una respuesta muy significativa del pueblo ayacuchano en desterrar el terrorismo. Con esta acción [se refería a las masacres de Macabamba y Huaychao] los hombres y mujeres están demostrando coraje y virilidad para no continuar siendo mancillados por un pequeño grupo de ideas descabelladas”. 

El entusiasmo llegó hasta el diario El Comercio, que el mismo día, 26 de enero, dijo en un editorial titulado “El pueblo se defiende”: 

“Dos comunidades campesinas, entrañas vivas de la nacionalidad, han dado al país un ejemplo de viril certidumbre en la defensa de los derechos humanos y de sus derechos… el pueblo peruano es el de Huaychao y Uchuraccay. No se somete a delincuentes… lo que hace el pueblo con esa gente es darle su merecido. Para liberarse de su amenaza y para salvar al país de esa vergüenza”. (26.1.83. p. A-2). 

La zona completa supo pronto de las muertes y de los elogios y recompensas a los ejecutores, pues la noticia voló de pueblo en pueblo, incluyendo naturalmente a la comunidad de Uchuraccay que era ciertamente pobre y atrasada, pero nada de primitiva, como se hizo creer después. 

“¿Los han matado a todos? Pero… ¡esos eran periodistas!”, dicen que exclamó el joven teniente de la Marina Ismael Bravo cuando escuchó estremecido y hasta incrédulo el relato de los campesinos. La patrulla de infantes y sinchis que comandaba había llegado al lugar del drama el 28 de enero para comprobar los avisos de mensajeros. 

Asustados, comenzaron las recriminaciones, las acusaciones, los preparativos para escapar, como en el caso del gobernador Fortunato Gavilán, el primero en huir. 

El oficial usó la radio, avisaron al general Noel Moral; este, a su Comando y la noticia llegó hasta el propio presidente Belaunde, quien llamó a sus jefes de Inteligencia para plantearles la interrogante: “Y ahora, ¿qué hacemos?”. 

Tomaron decisiones rápidas. “Hay que decir que esos campesinos, ignorantes y primitivos, que no hablan castellano, los mataron porque llevaban una bandera roja. Todos deben sostener la misma versión”. 

Y así fue. El discurso a que se aferraron se resume así: “Somos ignorantes, no sabemos, traían bandera roja… los jefes nos dijeron que matáramos a los que venían a pie”. 

Luego siguió un verdadero huaico de acusaciones y reclamos, escudados en su idioma, soportaron la lluvia de preguntas y hasta se dieron el lujo de atemorizar a la comisión cuando comenzaron a ser cercados por las evidencias. Quizá pensaron que su crimen quedaría impune. Pero semanas más tarde, quedaron solos. Quizá alguien dijo, a la peruana: “Bueno pues, que se jodan”. 

Sendero Luminoso esperó con paciencia hasta la víspera de la fiesta del Espíritu Santo, el 20 de mayo, y esa noche arrastraron fuera de sus casas a veinte uchuraccaínos, buscándolos con una lista. Luego los asesinaron. Lo mismo hicieron el 16 de julio, cuando llegaron nuevamente, siempre con una relación de nombres para matar a otros veinte. 

Y así, semana tras semana, fueron ubicados los participantes de la tragedia y asesinados. Probablemente, el último fue Fortunato Gavilán, encontrado cerca de la selva con un cartel en el pecho destrozado y que decía: “Así mueren los perros traidores”.

Las tumbas de Uchuraccay por José María “Chema” Salcedo.  

José María Salcedo era director de El Diario Marka en 1983. El periódico era un esfuerzo de la izquierda por reunir talentos, dinero y espíritu de unidad para ser editado y su aparición en las calles casi coincidió con el inicio de acciones armadas de Sendero Luminoso, que le abría así un frente no imaginado a la izquierda. 

El Diario Marka se proclamó antisenderista y cubrió con corresponsales y enviados especiales los sucesos de Ayacucho. Fue así como murieron tres de sus periodistas (Eduardo De la Piniella, Pedro Sánchez y Octavio Infante). 

Salcedo estuvo entre los que viajaron el domingo 30 de enero a Ayacucho para el penoso trámite de traer los cadáveres a Lima y comenzó a recopilar el material para la crónica que publicaría un año más tarde, cuando ya no era director de El Diario Marka. 

Para contar la historia, eligió la técnica del narrador externo, describiendo a “José María Salcedo” y sus indagaciones. Aparecen como personajes centrales los periodistas asesinados, el general Noel Moral, el corresponsal Luis Morales y muchos otros; se cuenta historias de periodistas y de periódicos y recoge medio centenar de testimonios que incorpora a la crónica. 

Pero, sobre todo, y es explicable en el contexto, recoge y defiende la versión de que hubo extraños (“sinchis” de la Policía) en Uchuraccay que si no fueron los asesinos por lo menos alentaron a los comuneros. Contradijo así a la Comisión Vargas Llosa. 

Otros intentos silenciados 

Hacia el 90 se conocía que el periodista norteamericano Phil Bennet estaba trabajando el tema y que publicaría el libro que todos aguardaban porque, quizá, una voz externa era lo mejor. Pero el periodista Bennet abandonó el proyecto, no sabemos por qué, después de recaudar enorme y muy valiosa información. 

La revista Caretas reveló que ladrones se metieron en su casa en 1991 y le robaron la computadora en la que guardaba sus informes. Algo pudo reconstruir, pero parece que no lo suficiente para redactar el texto esperado.  

 

Memorias de la reconciliación: fotografía y memoria en el Perú de la postguerra 

En el documento de Investigación realizada por Deborah Poole de la Universidad Jhon Hopkins con Isaías Rojas Pérez de Rutge University sobre el registro fotográfico de la masacre de Uchuraccay, reportan algunas precisiones: 

El carácter de “prueba” que se le atribuye a este conjunto de imágenes, su publicación en el relato visual sobre ese período y su presentación como el último testimonio de vida del fotoperiodista, resultan interesantes para su análisis a la luz de los planteos en torno a la fotografía como testimonio y como material de memoria. Para algunos sectores, Uchuraccay significa aún para el país un tema pendiente e irresuelto.

Poole y Rojas no sólo esgrimen sobre el cambio de sentidos que adquirieron estas fotografías a partir de su uso sino, desde un primer momento, señalan que ellas sirvieron para sustentar la teoría del “abismo” cultural y cómo los nuevos sentidos se centraron después en cuestionar el rol del Estado respecto de la vida de esas poblaciones. 

Al investir las fotografías con el poder de actuar como testigo, y usando esta fuerza evidenciadora para canalizar las emociones intangibles del miedo y de la alteridad. Uchuraccay marcó la inherente inestabilidad -y desconfianza- de la imagen fotográfica. De hecho, la guerra se extendió, el valor de evidencia de las fotografías de Retto cambió de lugar drásticamente. En un contexto donde la expansión geográfica de la guerra hizo cada vez más difícil hablar de una separación entre las montañas y el resto de la nación, las fotografías dejaron de ser un soporte para el “abismo” espacial e histórico que separaba Uchuraccay de la nación-estado. En cambio, su carácter de evidencia impulsó una búsqueda cada vez más intensa de signos sobre el rol estatal en la vida de los campesinos… (Poole y Rojas, 2010).

Las fotografías de Retto: testimonio de muerte

Se trata de fotografías percibidas como verídicas en la cultura visual y sobre todo son, en esta cultura, prueba de lo que le ocurrió a la sociedad. Al tratarse de las imágenes de los mismos momentos en que la muerte ocurre, estas fotos adquieren otro valor frente a las demás. Y, en esa perspectiva, las fotografías de Uchuraccay, cumplen un rol relevante en la constitución de las memorias (o del intento de construir una única Memoria)CVR

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