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jueves, abril 25, 2024

El Perú es un déjà vu

Un día como hoy, hace un año, el Perú amanecía con una noticia lacerante. La noche anterior, dos jóvenes habían perdido la vida durante las protestas contra el régimen de Manuel Merino. Deslegitimado hasta la médula, el presidente que detentó el poder tras una vacancia sustentada solo en la fuerza de los votos – las imputaciones que esgrimieron los 105 congresistas que la apoyaron en aquel funesto pleno no se sostienen pese al tiempo transcurrido – se vería forzado a renunciar, poniéndole fin a cinco días de convulsión social en los que lo más rancio del conservadurismo peruano intentó volver a ocupar los espacios de poder que alguna vez fueron su hábitat natural.

Ha corrido muchísima agua bajo el puente desde entonces. El vacado Martín Vizcarra sería elegido congresista pese a caer en el descrédito al revelarse su egoísta afición por las vacunas – a costa de un país hundido en una absoluta debacle sanitaria – solo para ser inhabilitado por el parlamento y actualmente cocina su propio partido. Una fuerza conservadora, pero del otro extremo del espectro político, ganaría las últimas elecciones (el cerronismo presume de ser revolucionario en lo económico pero en lo social su visión antiderechos arrancaría suspiros hasta entre los fascistas de “La Resistencia”) y, sin embargo, el progresismo – rebautizado por los extremos como ‘caviarismo’ – ha logrado moderar un discurso que parecía sacado de la guerra fría, procurando conducir al presidente Castillo a un terreno menos escarpado aunque sin renunciar a las consabidas aspiraciones de nuestra izquierda. En paralelo, todos los días se habla de vacancia: al mandatario ya no lo quiere ni su ideólogo. Y los que aplaudieron a rabiar hace un año durante la juramentación de Merino lo quieren todavía menos.

Sí. El Perú es un déjà vu. Con el transcurrir de cada hora, la posibilidad de una nueva vacancia luce más y más factible. Solamente les falta aquello que también les hizo falta un año atrás: respaldo popular. La movilización convocada hace unos días con anuncios a toda página en los diarios más influyentes (y costosos) del país fue una lágrima. A pesar de que el gobierno se esmera por embarrarla lo suficiente como para facilitarles el trabajo, los únicos dispuestos a seguir la comparsa son los que tienen sueños húmedos con teorías conspiranoicas, lagartos y cruces de Borgoña.

¿Qué pasa con los vacadores? ¿Por qué les cuesta tanto organizar siquiera una marcha decente? Quizá deberían tomarse un momento para pensar en las posibles respuestas. No es que tengan al frente a Nelson Mandela, ¿verdad? Ni siquiera es que les falte el apoyo de la gran prensa (entusiasmada con cualquier asunto que fustigue al gobierno). Entonces, no se trata de la fortaleza del rival. Se trata de la debilidad que no son capaces de identificar y reconocer en ellos mismos.

Ojalá las facciones radicalizadas de una oposición que aún no procesa la – enésima – derrota pongan barbas en remojo antes de actuar. Sería penoso, por decir lo menos, volver a vivir los aciagos días de aquel noviembre de 2020, cuando un grupo de políticos pensó que con la propia voluntad bastaría para imponerse a un pueblo que creían inerte. Romper el bucle que nos condena a vivir en un permanente déjà vu dependerá de su capacidad de ver algo más que su ambicioso reflejo.

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