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miércoles, abril 24, 2024

Yo estuve en las bodas de Canaán, 2

Desde el primer momento me llamaron la atención quienes estaban cerca al llamado Jesús. Eran doce personajes totalmente disímiles en sus estereotipos y comportamientos. Haciendo un esfuerzo de memoria puedo recordar sus nombres: Simón Pedro, en quien Jesús parecía tener más confianza; Juan, Santiago, Felipe, Bartolomé, Judas Tadeo, Simón, Andrés, Mateo, Tomás, Judas Iscariote y otro llamado también Santiago. Me pareció observar que Pedro, Juan y uno de los Santiago –el que parecía ser un poquito mayor-, siempre estaban cerca de Jesús, aunque él no parecía hacer distingos. Pero debo confesar que, como ocurre siempre, desarrollé una especie de empatía hacia Juan y me dio mala espina el Iscariote. Nunca pude saber por qué.

Descubrí cierta ansiedad en la gente que asistió a la boda. Me dijeron que la fiesta recién comenzaría después que los novios consumaran el matrimonio; o sea, que el novio destruyera la virginidad de la consorte. Pero aun así, las libaciones comenzaron en el grupo de los varones que estaban arremolinados en un extremo del salón, mientras las mujeres estaban sentadas a lo largo de tres filas de asientos en el inmenso ramadón y que era la casa del novio. Es entonces que un hombre se me acercó y al ver que no tenía mi copa de vino llamó al que realizaba el servicio y pude, entonces, disfrutar del sabor y aroma de un agradable vino. Josafat, como se llamaba este señor, no pudo dejar de exclamar dirigiéndose al padre del novio:

“¡Jerí, qué buena cosecha de vides has tenido este año! ¡De verdadcita que te envidio, amigo mío!”.

La consumación del matrimonio estaba demorando mucho y la gente esperaba que llegara ese momento para que los músicos tocaran los temas que se estilaba. Mientras, el vino corría a raudales y a estas alturas yo me sentía un poco mareado. Pero aun así, estaba concentrado en lo que podría ocurrir en esta ceremonia, pues tenía cierto pálpito y corazonada. Observé que Jesús también bebía a discreción y habló de temas cotidianos comentando lo que habían hecho la víspera. Confieso que me gustó su actitud pues hablaba con sencillez y sin ninguna solemnidad. En todo ese tiempo María, su madre, no se había despegado de su lado y solo lo hizo cuando aparecieron los novios, quienes fueron recibidos con algarabía y aplausos y comenzó la música.

Era entonces la medianoche y hacía cuatro horas que había comenzado la fiesta y los brindis. El novio hizo larga la espera. Apreciando a la novia, que era bella, pude comprender la demora. Con un “lomito” como la bella, cualquiera se toma todo su tiempo. En la primera noche, pues, creo que se da rienda resuelta a toda la pasión posible, aunque yo, en esa época todavía estaba soltero y pensaba casarme a mi regreso a Egipto. Fue, entonces, que María pareció observar algo y se separó de Jesús y se deslizó discretamente al salón del fondo de la casa y pudo percatarse que las seis tinajas que habían contenido el licor estaban vacías. Angustiada, fue donde Jesús y casi como susurrándole al oído le dijo: “¡Dios mío, se han quedado sin vino y no tienen donde obtenerlo!”. (Comunicando Bosque y Cultura).

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