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sábado, abril 20, 2024

¿La transformación de la política peruana?

La política en el Perú es una vorágine de angurrias que engullen principios e ideologías. O al menos así ha sido en los últimos dos siglos e incluso más (conocido es que de angurria sabían mucho quienes revoloteaban por la corte del virrey). Las ideas y las convicciones no tienen reparos en acomodarse a la situación. Todo depende del momento y así ha sido desde la génesis misma de nuestra república.

Lima – y en particular sus clases altas – contemplaban con recelo y desprecio las corrientes independentistas. Desechar un sistema político-social regentado por la corona española – un sistema que “había funcionado bien” los últimos 300 años – para someterse a un ejército de negros libertos y criollos ateos (parte del clero se prestó a una campaña alarmista con ribetes apocalípticos) le resultaba repulsivo a varios potentados, preocupados por el destino de su patrimonio y la estabilidad de sus finanzas. Al ingresar San Martín a la capital, no pocos olvidaron tanta animadversión y abrazaron la causa independentista con más efusividad que un prócer.

Con el pasar de los años, los valores republicanos cedieron ante los apetitos de quienes – liberados de cualquier restricción por no haber nacido en la península ibérica – perpetuaron un esquema de dominación inmisericorde que sometía a la población indígena a los designios de la casta dominante y sus ambiciones. Incluso podría decirse que el panorama empeoró para las bases de la pirámide social. Los patrones españoles reconocían ciertas prerrogativas a los “indios nobles”. En cambio, los patrones criollos – imbuidos del espíritu republicano – abolieron los títulos nobiliarios para ponerle fin a los privilegios en un país en el que basta con el color de la piel y el apellido para ostentarlos.

Podría decirse que hasta bien entrado el siglo XX nada cambió para los peruanos que no pertenecían a las élites. Podría decirse también que un cambio inició en ese sentido con el régimen de Juan Velasco Alvarado: el empoderamiento del campesino, a costa de la extirpación de los grandes hacendados (los señores feudales de un medioevo andino que parecía infinito), desató una debacle económica y una visibilización sin precedentes de los que encarnaban a los ‘nadies’ en una sociedad hasta entonces profundamente estamental.

Los ecos de estos acontecimientos aún resuenan en nuestra nación. ¿Podría aseverarse con ligereza que las dramáticas transformaciones sociales iniciadas hace medio siglo nos condujeron a un bicentenario en el que un maestro rural, campesino y rondero ostenta la mayor posición de poder al interior del Estado Peruano? Probablemente, se requiere un mejor análisis de los múltiples factores que posibilitaron la presidencia de Pedro Castillo, tan tumultuosa como enigmática. Esperanzadora para algunos, terrorífica para otros. Sin embargo, lo que sí resulta muy claro es la aparición de una tendencia que contrapone, radicaliza y enrarece el ambiente político nacional. No parece ser el momento de puntos medios, menos de supuestos centros – la casi extinción del Partido Morado, autodenominado de centro, así lo evidencia – pero sí de fuerzas transformadoras que se enfrentan sin miramientos con las fuerzas conservadoras que buscan con desesperación preservar un “orden natural” que hoy se ve amenazado, tal cual acaeció 200 años atrás. No tengo la menor idea de lo que suceda con Castillo y su presidencia, mas intuyo que – probablemente sin proponérselo – alterará nuestro porvenir de maneras que hoy ni imaginamos.

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