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jueves, abril 25, 2024

LA SUICIDA MERCANTILIZACIÓN DE LA NATURALEZA

Escribe Róger Rumrrill 

  En la tercera década del siglo XXI hay varios cultos e idolatrías modernas que han hecho de la sociedad humana del Tercer Milenio una sociedad distópica.

     Pero sin duda la peor, la más destructora y suicida, es la mercantilización de la naturaleza.  

     La naturaleza, la madre naturaleza sacralizada por las culturas antiguas y por la cosmovisión indígena andino-amazónica, termina por ser desacralizada por el racionalismo cartesiano y el cientificismo de Francis Bacon (1562-1626), considerado el padre de la ciencia moderna y para quién el pensamiento científico y sus instrumentos “no ejercen meramente una gentil inducción sobre el curso de la naturaleza, tiene el poder de conquistarla y subyugarla, de conmoverla hasta sus cimientos”.

        Con este pensamiento, con la fe moderna en la ciencia y en la creencia ciega en la teología del mercado, la naturaleza se transformó en materia prima y los seres humanos en “recursos humanos calificados”. Lo que llevó a Robert Solow, quizás el más destacado representante de la macroeonomía neo keynesiana, a afirmar: “La vieja preocupación sobre el agotamiento de los recursos naturales no descansa más en ninguna base teórica firme”.

      En síntesis, para el pensamiento científico occidental el concepto de naturaleza y de realidad es, fundamentalmente, material, o sea, lo material es la base de la realidad. En esta realidad, existe un mundo único, unificado, regido por leyes físicas y químicas, únicas y válidas para todos los ámbitos. Las leyes de la lógica aristotélica y clásica. Mundo en categoría de naturaleza, opuestos a los de cultura y sociedad.

    Por el contrario, para el pensamiento y la cosmovisión indígena andino-amazónica la realidad tiene aspectos materiales y no materiales, visibles y no visibles, ordinarios y extraordinarios. Para este pensamiento, existe un único cosmos. Pero ese cosmos es una unidad en la multiplicidad. Es la unidad de lo diverso. Este cosmos está compuesto por diversos mundos ubicados en espacios y planos espaciales diferentes: el mundo del bosque, de los ríos y las cochas. En este mundo, naturaleza y cultura son concebidas como partes.

       “En contraste con el antropocentrismo euroamericano (de larga fecha en la herencia cultural Judeo-Cristiana-Islámica y científica), los pueblos indígenas, durante milenios, construyeron cosmologías cosmocéntricas y policéntricas basadas en la lógica de la diversidad y en la lógica de la reciprocidad”, escribe el destacado antropólogo ítalo-peruano Stefano Varese.

    La crisis ambiental y el apocalipsis del cambio   climático 

    Este pensamiento y concepción eurocéntricas, esta visión patriarcal y machista sobre la naturaleza, este materialismo obsceno y voraz, ha llevado a los extremos de la mercantilización de la naturaleza donde el aire, la tierra, el agua, el oxígeno, los bosques y todos los bienes de la naturaleza son objeto de extracción, de saqueo, de dilapidación, de uso irracional, de negocio, es decir, el terricidio del capitalismo extractivista abisal.

   El resultado de esta conducta ciega y suicida todo el mundo lo sabe, lo siente, lo padece y lo sufre a lo largo y ancho del mundo: océanos convertidos en basurales de plástico, los ríos transformados en cloacas, tormentas y huracanes que arrasan ciudades, incendios infernales, calores como el de California que no se había sentido hace cientos y miles de años en un planeta Tierra que agoniza.

      “La vida en la tierra puede recuperarse con un drástico cambio, con la evolución de nuevas especies y la creación de nuevos ecosistemas. Pero lo humano no”, dice el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés). 

  Ya estamos en un punto de no retorno y nada, ni nadie detiene la destrucción 

      De acuerdo precisamente al sexto informe del IPCC, un riguroso estudio de 4 mil páginas, la especie humana que solo representa el 0.01 por ciento de la vida total del planeta, ha declarado una verdadera guerra mundial contra la naturaleza. Veamos algunas cifras de esta catastrófica guerra de destrucción, según el informe científico del equipo de expertos de la ONU.

      Hay un aumento indetenible del nivel del mar; prosigue el derretimiento de las capas de hielo del Ártico y el Antártico; continúa el proceso de calentamiento y acidificación de los océanos; la temperatura global está subiendo y se calcula que llegará a 1,5 grados centígrados antes del año 2040, incluso si se reducen las emisiones de CO2 al 50 por ciento en el año 2050.

      El mismo informe científico que venimos citando, señala que además del aumento de temperatura de la Tierra, se estima que más de un millón de especies de flora y fauna se extinguirán, especialmente abejas, mariposas, pájaros y otras especies polinizadoras y que contribuyen con el 70 por ciento de la producción alimenticia humana; habrá un colapso de ecosistemas y sucesivas crisis humanitarias.

       La destrucción de la naturaleza que no es responsabilidad de la humanidad, sino de solo 100 empresas que producen más del 70 por ciento de emisiones de CO2 desde 1988. Del 1 por ciento de la población, de megamillonarios que controlan con mano de hierro el 90 por ciento de las riquezas del mundo. Esta destrucción no solo es ambiental. Es mucho más. Abarca la economía, la salud, la alimentación, la justicia social y los derechos humanos.

      Coincidiendo con el documento de la IPCC, otros estudios señalan que 4 mil millones de personas dependen de los medicamentos naturales. El 70 por ciento de los remedios para el tratamiento del cáncer provienen de la naturaleza. Más de la mitad del Producto Bruto Interno (PBI) mundial, que suma 44 billones de dólares, depende de la naturaleza, una naturaleza que agoniza. 

    En el Perú, el calentamiento de la temperatura global tiene efectos catastróficos en la Amazonía, tanto como los incendios, la deforestación y el modelo primario exportador, especialmente la instalación de inmensos monocultivos y ganadería en Brasil. En los Andes peruanos, se han perdido a la fecha 927 kilómetros cuadrados de glaciares. En los años 1970, el Perú poseía, de acuerdo al Instituto Nacional de Investigación en Glaciares de Montaña, 20 cadenas montañosas con glaciares. Hoy solo tiene 18 y la mayoría en trance de desglaciación. Sin estos glaciares, vitales reguladores del líquido vital, simplemente la Costa y los Andes del Perú se morirán de sed. 

        En estos días del mes de agosto y setiembre del 2021, en todo el planeta se han registrado desastres ocasionados por tormentas, huracanes, como Larry e Ida, en EE.UU, terremotos, incrementos insoportables de temperatura y fríos glaciales con muchas víctimas humanas.

     El registro de desastres, hecho por organizaciones internacionales, señalan que en el período del 2000 al 2019, se produjeron 7,348 desastres con 1.23 millones de víctimas humanas y con 2.97 millones de dólares de pérdidas a nivel mundial.

      En cuanto a los eventos climáticos extremos, los registros anotan 3,656 entre 1980 y 1999. Pero éstos se han incrementado exponencialmente entre el año 2000 y 2019, alcanzando la cifra de 6,681. En cuanto a las inundaciones, en este mismo período, éstas pasaron de 1,389 a 3,254 y las tormentas crecieron de 1,457 a 2,034. 

                       La humanidad en peligro

       Pero como si la guerra mundial que la especie humana ha desatado contra la naturaleza no fuera suficiente, hay otras amenazas que penden sobre la vida en el planeta Tierra.

      En un reciente análisis efectuado por el célebre lingüista, filósofo, geopolítico y activista estadounidense Noam Chomsky y el historiador y periodista indio Vijay Prashad, sostienen que sobre la vida humana en el planeta penden en este momento 13,500 armas nucleares. El 90 por ciento de estas armas están en manos de EE. UU y Rusia. 

       El otro gran riesgo y peligro es la destrucción neoliberal del contrato social que ha mercantilizado la sociedad civil y todo el sistema de vida.

                La insaciable codicia humana 

          Fue Epicuro quién solía preguntar “¿Quieres ser rico? No te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia”. Una codicia que ahora, en medio del colapso civilizatorio provocado por la pandemia, parece más insaciable, una de las peores esclavitudes modernas. 

      Solo algunos ejemplos cercanos y actuales.

      En el debate constituyente en Chile, los pueblos indígenas y los ambientalistas han colocado el tema de los derechos de la naturaleza, relacionada con la plurinacionalidad. La respuesta de la ultraderecha económica y política ha sido virulenta, capciosa y falaz: no acepta el concepto de una naturaleza con derechos y afirma con una ceguera ecológica inconcebible que la naturaleza es solamente un agregado físico y químico.

       Esta tesis absurda y grotesca, como señala el analista Eduardo Gudynas, convierte a la naturaleza en categoría de mercado, como capital natural o bienes ecosistémicos y que entre preservar un cerro, sus ríos, su fauna y flora primero hay que hacer un cálculo costo-beneficio y si el cerro tiene oro o plata, simplemente hay que destruir todo y extraer la riqueza mineral

        Esta historia nos parece familiar a los peruanos cuando recordamos el conflicto de Conga (2012 y años posteriores) donde el pueblo de Cajamarca resistió la arremetida extractivista de la poderosa empresa minera Yanacocha, socia de la  Newmont Mining Corporation, una de las mayores empresas de minería aurífera en el mundo, que pretendía convertir un conjunto de lagunas, que alimentan tres cuencas hidrográficas, en áreas de extracción aurífera y en depósitos tóxicos de relaves mineros. Una de las protagonistas de esta defensa fue la campesina Máxima Acuña. En ese ecosistema andino, denominado Alto Perú, de 2,960 hectáreas de superficie, existen 284 lagunas y 456 manantiales que alimentan la vida en esa región.

     Por supuesto que detrás y en el fondo de este discurso de un materialismo inconcebible están los intereses de las grandes empresas mineras, forestales, hidroeléctricas y otras a quienes el concepto y la demanda de los derechos de la naturaleza les provoca pánico y espanto.

    Además, como ya es de conocimiento público, el agua, el recurso más escaso (menos del 3 por ciento es agua dulce para el consumo humano, la agricultura y la industria) ha comenzado a cotizar en el mercado de futuros de Wall Street y su precio fluctuará como el petróleo o el oro. No hay duda que pronto-como ya ocurre en muchos conflictos incluso bélicos- el agua será el centro de disputas, concentración y especulación. 

    A propósito del agua, resulta sorprendente y preocupante que el gobierno de Pedro Castillo haya observado el proyecto de ley 06934-2020-CR aprobada en la última sesión del Congreso presidida por Mirtha Vásquez que establece acciones prioritarias para la descontaminación de los ríos y, asimismo, el proyecto de ley reconoce los ríos como sujetos de derecho con valores intrínsecos. Uno de los argumentos de la observación de la ley es que no establece costo-beneficio. Esperamos que los más fieles aliados del gobierno, los pueblos indígenas andino-amazónicos, le obliguen a una pronta rectificación. 

      A propósito de esta mala señal y retroceso ambiental del gobierno de Pedro Castillo, el ex parlamentario y ex presidente de la Comisión de Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuanos,  Ambiente y Ecología del Congreso de la República, Lenin Bazán Villanueva (período legislativo 2016-2021), acaba de publicar un riguroso informe   donde revela, con pruebas irrefutables, de qué modo el Congreso de la República y la  institucionalidad del Estado y en particular los ministerios de Justicia, Ambiente y Cultura, bajo la presión de los sectores económicos y políticos de derecha, han puesto todo tipo de obstáculos y obstrucciones para bloquear una política ambiental y de conservación óptima y eficiente en el Perú en las últimas tres décadas. 

      “No quieren que se toque el modelo antropocéntrico, el extractivismo y el patrón de producción y consumo que son los responsables de la crisis ecológica en la que nos encontramos”, sostiene el ex congresista.  

       En agosto de este año, miles de indígenas marcharon en Brasil al grito de “Lucha por la vida”, resistiendo la violenta y agresiva política antiindígena del Jair Bolsonaro, para quién la Amazonía es solo un negocio, un espacio al servicio del darwinismo económico. A tono con este sadismo contra la naturaleza ha puesto en marcha una nueva legislación que solo reconoce como tierras ancestrales indígenas las habitadas por los pueblos indígenas cuando se promulgó la Constitución de 1988. Esta perversa y espuria iniciativa se llama la ley del “Marco Temporal” e ignorará y borrará con una triquiñuela legal los derechos ancestrales de miles de pobladores indígenas, hombres y mujeres, que fueron expulsados de sus tierras antes de 1988 por los extractivistas de toda laya, los barones de la tierra, las multinacionales ganaderas y de monocultivos, las grandes mineras y otros poderosos intereses nacionales y multinacionales.

                 ¿Todavía estamos a tiempo? 

    Si el advenimiento de la modernidad solo fue posible luego de los cambios y transformaciones de la Edad Media, paralizada durante diez largos siglos por la asunción dogmática de la fe y la razón, la postmodernidad peruana  y amazónica desde la cosmovisión indígena es, igualmente, la puesta en cuestión de todos los extravíos y excesos de la supuesta modernidad de la globalización de la economía,la cultura, la política y sobre todo de su voluptuoso e insaciable capacidad destructora de la Madre Naturaleza.

        Lake Elsinore, CA, EE. UU, setiembre del 2021     

 

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