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miércoles, abril 24, 2024

N A D A Q U E C E L E B R A R

En el Perú, el bicentenario es sinónimo de ceremonias con lentejuelas para divertir a la cazuela. Una transmisión global y en píxeles para exponer lo orgullosos que estamos de no haber aprendido nada.

Tomaremos pisco y comeremos cebiche para blandir un patriotismo absurdo. El gobierno nacional no pudo dejar un legado. Ningún parque bicentenario en regiones, en los intestinos de la nación que Lima sigue mirando con desdén.

Los edificios que flanquean la plaza del héroe de Arica se siguen desmoronando, pero le pondrán pintura al olvido y escarapelas gigantes para maquillar la gangrena en las casonas republicanas. Discutirán sobre la belleza de la estatua del español que inmortalizó a Bolognesi, derrotado y dipsómano. Pedirán a gritos su regreso, mientras en casa sus pequeños no saben quién diablos fue el coronel del último cartucho.

El país sigue siendo un proyecto inconcluso, incapaz de sacudirse de ganapanes y keikos. Son dos siglos de abortos, de coqueteos con la prosperidad amputada por la ambición de presidentes pérfidos.

En las escuelas seguirán enseñando con mendrugos que esta patria es un mendigo sentado en un banco de oro y nada sabrán las nuevas generaciones de los leguías, piérolas, odrías y pardos inmorales.

Los unos bailarán marinera y música negra mientras se emborrachan con Corona y Jagermesiter. En la universidad, los otros, los niños bien, vestirán polos estampados con la lengua de los Rolling y la cara boba del Che, pero desconocerán mayormente quién fue Zela, Cáceres o Gabriel Condorcanqui.

Este es el peor bicentenario que pudo pasarnos. Con un presupuesto famélico para el sector educación. Con millones perdiendo el tiempo en tik tok y pensando que el éxito personal lo mide el grosor de la billetera.

El Perú sigue doliendo y esta enfermedad es parida en la nueva casa de los Marsano. La historia del país se sigue moldeando con el gusto equino de Roques pro mineros, de Dionisios deforestadores y de Wongs hambreadores con espíritu de talk show.

Seguimos leyendo menos de un libro por año, continuamos con la impronta espuria de que Miami es la meca y andamos narcotizados por el botox y la pendejada en los canales de los nuevos genaros.

¿Qué queda? Pues resistir a la miasma. A esa que nos quieren empujar los parias de la Confiep y los habitúes del Perroquet. No hay que aplaudir la bandera peruana flameando en el nevado Huascarán. Hay que llorar por su deshielo maldito.

No uses tecnopor, no pidas cañitas, no pidas inversiones en Conga si no sabes que la secuela será la muerte de lagunas lejanas. No pongas la bandera en el frontis de tu casa si adentro, en tu corazón, sigues pensando que esta patria mestiza es un botín de la derecha bruta y sus mayordomos del oportunismo. No hay nada que celebrar.

 

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