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miércoles, abril 24, 2024

Siquiera a ingenierito he llegado

Vivimos la locura de los títulos y pergaminos. Nuestra sociedad está idiotizada con este asunto de la competitividad como valor supremo de estos tiempos y vivimos en permanente competencia con quienes formamos parte de esta sociedad en donde tener billetes es sinónimo de éxito. El valor de la solidaridad ya no existe, porque privilegiamos los intereses personales antes que la decencia y cómo están los otros. Y la campaña política –que no termina–, nos ha desenmascarado de manera desvergonzada y ya nada será irreversible.

Hace casi dos años en cierta institución pública, cuando preguntaron por cierta persona, con relación a su record profesional, alguien dijo “solo es ingeniero”. Me quedé horrorizado porque hemos adoptado la cultura de los certificados y la eficiencia ya no sirve. Desde los años noventa nuestra manera de entender la administración pública está en función de ese grado más, especialmente con los ingenieros, y quienes nos quedamos con este título y nada más que esto, estamos realmente jodidos. Por eso ahora la gente se esmera en ser master, doctor, aunque el nivel de competencia deje mucho que desear. O sea, valen más los papeles que acompañan el currículum, y la experiencia de toda una vida no sirve para nada. Y si usted está “cochito”, la situación es peor.

No tenemos nada en contra de los doctores; en buena hora se han esforzado en adquirir este grado, pero ¿Cuántos realmente merecen ser considerados como tales? Por supuesto que hay personas con esos títulos y sus desenvolvimientos y desempeños los justifica, y a ellos

mis respetos. Pero también muchos pugnan por obtener estos grados no para que sean mejores personas y aporten en el desarrollo de sus instituciones, sino por vanidad, por querer diferenciarse de los otros, por presumir, y muchos de ellos al presentarse dicen, por ejemplo: “Usted está hablando con el doctor Huevín; no se equivoque”.

Nadie está en contra de la superación pues el estudio debe estar encaminado a hacernos mejores ciudadanos, solidarios con la gente, ser personas morales y éticas, a constituirse en paradigmas de la sociedad. Recuerdo que hace décadas cuando se conocía de alguien que había logrado un título, el lograrlo los convertía en mejores personas, en individuos decentes y en funcionarios probos y contribuían con sus actos en promover una comunidad más integrada y una sociedad más respetada. Y todos nos alegrábamos y esos logros se celebraban en familia. Eran momentos de felicidad. En algunas de estas reuniones de celebración de esos grados estuve y pude observar la alegría de todos. Sus logros eran también nuestros.

En estos tiempos, para ser un poderoso funcionario de confianza tiene que tenerse un expediente curricular que pesa tres kilos. Ahora, ser solo ingeniero ya no es suficiente. Si concursas, vas con un hándicap a la vista. De nada valen tus conocimientos, tu experiencia, tu visión, tu iniciativa, tus aportes. Ya no es suficiente ser competente: el haberte “quedado” de solo ingeniero ya no te asegura un futuro promisor. [Comunicando Bosque y Cultura].

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