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viernes, abril 26, 2024

Elecciones 2021: al día siguiente

Por Willian Gallegos Arévalo

Hoy, lunes 7 de junio del 2021, ha amanecido un Perú frontalmente polarizado con el resultado de las elecciones de ayer domingo, a pesar de los resultados. Digo “frontalmente” porque la simpatía o fanatismo por los candidatos ha desencadenado todos los odios y prejuicios hasta llevarlo a niveles de animadversión irracionales y ha sido preciso que llegue este momento para soltar todos los demonios que albergábamos. Por respeto a mis lectores me incluyo, pero todos me conocen.

Antes de las elecciones, el jueves pasado, una amiga me llamó para preguntarme si después de estas elecciones muchas personas recuperarán esas ecuanimidades, esas imágenes de personas contemporizadoras y sensatas que nos habían vendido por décadas, y estuvo a punto de llorar y le cambié de tema. Y la conclusión que saco es que en el país, en los aspectos político, social y económico, se cierne una atroz incertidumbre; sin embargo, lo peor que ha ocurrido es que esas personas, de las que mencionó la maestra, ya no serán las mismas dentro de nuestra escala de valores que hemos construido desde la familia y esa escuela de antes. Al igual que la maestra, no puedo negar que yo también me encuentro triste, porque hemos perdido mucho de eso que fue nuestra fortaleza en tiempos de desesperanza.

He venido siguiendo los procesos electorales desde 1956, y la política fue el tema de sobremesa en esas tertulias familiares alumbradas con ese histórico lamparín de mecha y querosene, y así hemos aprendido a conocer y amara a nuestro país que, desde la escuela primaria, nos

vendieron la imagen de un país rico, pero sin postas médicas, con centros educativos precarios y sin caminos. Es que al poder político, que es la columna de combate del poder económico, nunca le importó el país ni su gente, y la tragedia estalló con esta pandemia desnudándonos como país y como personas. Y tienen razón quienes aseguran que en nuestro país gobiernan dinastías que un poco más, como en el viejo absolutismo, nos dirán que sus gobiernos obedecen al derecho divino.

Cuando nos ponemos a pensar en la solución de nuestros problemas ancestrales y atávicos –sin pretender querer pasar por intelectual, pues mi atrevimiento no llega a mucho– y construir un nuevo país, en lo personal no avizoro soluciones y esto desespera. Porque siempre hemos vivido con ese horizonte turbulento en donde ante un leve presagio de cambio, quienes no quieren ese cambio, atizan los odios, meten los miedos, separan a la sociedad entre ricos y pobres, entre exitosos y ociosos y haraganes que quieren todo del Estado, entre virtuosos y canallas, entre emprendedores y pusilánimes. Este es pues nuestro país que, en pleno siglo XXI, parece no haber salido de la barbarie.

En los años sesenta se decía casi de una manera cómica, que el Perú era una sociedad que leía, porque los ciudadanos andaban con un periódico bajo el sobaco. ¿Lo captaron? Pero en nuestro país casi nadie lee: esa es una de nuestras tragedias. Pero, también, que una persona sea ´culta´ no garantiza ecuanimidad y que tenga espíritu social y compromiso. Somos un país en intentos de aprendizaje permanente. [Comunicando Bosque y Cultura].

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