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viernes, abril 19, 2024

Después de 41 años, en Chile eligen la diversidad

“En estas elecciones la ciudadanía nos ha enviado un claro y fuerte mensaje al gobierno y a todas las fuerzas políticas tradicionales. No estamos sintonizando adecuadamente con las demandas y anhelos de la ciudadanía. Estamos siendo interpelados por nuevas expresiones y nuevos liderazgos”, dijo Piñera. Han tenido que pasar 41 años para que la gente, desde las calles, le diera una lección a los gobernantes. La gente común quiere escribir también las reglas del juego y en él tienen que entrar las más diversas piezas que conforman la sociedad.

El movimiento social en Chile acaba de instalar sus consignas dentro de las nuevas reglas del juego. El país le ha dado forma a la masa que salió a las calles aquel 18 de octubre de 2019 para dar continuidad a un proceso que tiene fecha de inicio pero no de término. Así, este fin de semana se definió por medio de una mega elección —en la que también se eligieron alcaldes, concejales y gobernadores— a 155 integrantes de la Convención Constituyente que será la encargada de redactar una nueva Carta Magna.

Un resultado inesperado para las proyecciones de especialistas televisivos, pero coherente con los mensajes que se leían en las pancartas que cargaban las y los manifestantes. El electorado castigó al oficialismo con apenas 37 escaños, que no le permiten obtener el tercio necesario para vetar o imponer su voluntad en la nueva Constitución. La oposición alcanzó 53 cupos y se balancea hacia la izquierda, mientras que 48 cupos serán para independientes.

Lo que para algunas personas es la mayor sorpresa, en realidad tiene sentido: en un movimiento masivo al que siempre se le describió como acéfalo, resulta lógico que hoy se le dé la oportunidad a representantes sin partidos, al hijo o hija de vecino, a los dirigentes sociales y líderes que surgieron de la reciente organización popular.

Si en la calle se exigía igualdad de género, en la papeleta se consiguió la paridad. Mientras en los cabildos y asambleas se discutía sobre el derecho al agua, en los resultados se anunciaba el triunfo de algunos defensores de territorios y recursos naturales. En un contexto de efervescencia política en todo el continente, el caso chileno puede sentar algunas bases de cómo la protesta se puede mantener, consolidar y disputar el poder.

Parte del legado del exdictador Augusto Pinochet fue proyectar la idea de un país homogéneo. Estudiantes se prometieron enterrar su herencia y, 19 meses después, por la vía democrática, Chile se acerca por primera vez a la idea de un Estado plurinacional mediante sus representantes diaguitas, aymaras, collas y changos, por nombrar solo algunos.

Por eso no es menor que la primera imagen que apareció en la televisión de los chilenos y chilenas cuando se abría la primera papeleta fue la de un voto para Natividad Llanquileo, una candidata de 36 años que competía por la lista de escaños reservados de los pueblos originarios. Llanquileo se convirtió en un rostro conocido cuando asumió como vocera de un grupo mapuche que en 2010 hizo una huelga en prisión para pedir la derogación de la ley Antiterrorista.

A Llanquileo se suma la machi Francisca Linconao, una autoridad espiritual mapuche que fue perseguida por el Estado de Chile, tildada de terrorista, presa y protagonista de una larga huelga de hambre, para luego ser dejada en libertad absuelta de todos los cargos. Linconao —mujer, mayor, campesina y mapuche— tendrá acceso a redactar una posible nueva carta fundamental aceptando las reglas de la institucionalidad.

 

Frases como “no son 30 pesos, son 30 años” tomaron sentido cuando los líderes de los partidos políticos que han dominado espacios de poder las últimas tres décadas se marchaban cabizbajos después de escuchar el mensaje de las urnas.

Parecía la frustración de quien pierde la partida pese a ser el dueño del tablero.

En un país acostumbrado a que el poder circule entre quienes integran las mismas familias, los mismos cinco colegios, todos de la capital, egresados principalmente de dos universidades, que los independientes alcanzaran un resultado inesperado compitiendo en total desventaja: sin dinero para campañas, ni espacios destacados en la franja de televisión o estructuras políticas como la de los partidos.

La Comisión Ortúzar, conservadora, compuesta por un grupo elitista de nueve hombres y dos mujeres, designados por la dictadura de Pinochet, fue la encargada de redactar entre cuatro paredes la Constitución que rige en la actualidad.

Ha sido tal el giro en el guion de este despertar chileno, que el propio presidente Sebastián Piñera sorprendió con un inusual mea culpa durante el discurso que pronunció para comentar los resultados. “En estas elecciones la ciudadanía nos ha enviado un claro y fuerte mensaje al gobierno y a todas las fuerzas políticas tradicionales. No estamos sintonizando adecuadamente con las demandas y anhelos de la ciudadanía. Estamos siendo interpelados por nuevas expresiones y nuevos liderazgos”, dijo Piñera.

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