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jueves, abril 25, 2024

¡Terror! ¡Llegaron los alcohometristas!

El presente artículo está dedicado a Juan Provelanio Paredes Sánchez, ex empleado de la Caja de Depósitos y Consignaciones y, posteriormente, del Banco de la Nación. La Caja fue creada en 1905, durante el gobierno de José Pardo y Barreda, ´para la custodia de valores, arbitrios, obras públicas y otras rentas y era una institución de carácter financiero privado´. En 1927, el gobierno de Augusto B. Leguía, le daría las funciones de “recaudar las rentas del Gobierno Central y de las entidades del Sub-Sector Público independiente y de los Gobiernos Locales” y otras funciones. Dice una fuente que “los miles de millones de soles recaudados iban a las bóvedas de la banca privada, la cual, además de cobrar las respectivas comisiones por esta operación, entregaba al Estado el dinero de los contribuyentes a manera de crédito”. Era pues, un monstruo. Fernando Belaunde Terry lo nacionalizó en 1963.

Los llamados alcohometristas de la Caja de Depósitos y Consignaciones, cual émulos de los corregidores y visitadores, de la época de la Colonia, supervisaban los fundos alcoholeros para controlar la producción. En esos años se tenía que recibir la autorización de los tenebrosos funcionarios para determinar el volumen de la molienda. Y en el departamento de San Martín: Tarapoto, Chazuta, Lamas y Bellavista eran los bastiones de la producción de aguardiente de la caña de azúcar, siendo emblemáticos los agroindustriales José Luis López Ramírez, en su fundo “Arcadia”; Leoncio Ramírez Navarro, en su fundo “Baños”; Agustín Ramírez, en su fundo “Cocopa”.

Los alcohometristas, recordaba Juan P. Paredes Sánchez, cual nuevos Areche y Carratalá, fueron: Genaro Roncal Salazar, Aníbal Alarcón Rubio, Manuel Castro Custodio, Gilberto Rojas Bartra, Raúl Cruz Cavero, Manuel Terrones Obregón y Enolberto Zapata Silva. Del último del que tengo recuerdo es de uno apellidado Ercilla, pero ya su tenebrosidad había disminuido en los años setenta. Ellos causaban ansiedad, cuando no una especie de terror, en los fundos que visitaban. En Chazuta, los fundos eran los de Víctor Hugo Arévalo Tenazoa (“Progreso”), Segundo Bartra del Castillo (“Lituania”), Julio Tito Arévalo Tenazoa (“Olaya”) y Vicente Varela Putapaña (“Guadalajara”). Ellos medían los cañales para proyectar la producción de aguardiente y cobrar los impuestos, que eran elevadísimos, y sellaban los alambiques. Pero los alcoholeros se daban mañas para seguir produciendo. Y era la única salida para seguir operando, tener utilidades y dar trabajo a los pobladores.

Los alcohometristas eran personajes de rostros severos y adustos. Nunca los vi sonreir, especialmente a Roncal, que llegaba con su casco de ingeniero, pero tenían buenas maneras. Se les hacía el recibiendo de rigor con la buena mesa, casi siempre pródiga en los alcoholeros, pues también eran ganaderos. De la Caja de Depósitos y Consignaciones escribieron: “La Caja de Depósitos es una de las instituciones mejor organizadas del mundo; maneja toda una millonada de impuestos y sabe ahorrar en sueldos como cualquier mina yanqui de cobre…” (Alberto Tauro, prolongando el libro “Latitudes de silencio”, de Hugo Pesce); sobre los alcohometristas: “no olvide usted que cuanto peor sea el acceso, tanto más raras se harán las visitas de los señores alcohometristas” (Hugo Pesce, ídem), que acredita el terror que inspiraban esos funcionarios. (Comunicando Bosque y Cultura).

 

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