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martes, abril 23, 2024

Desaprender en tiempos de redes

A lo largo de nuestras vidas hemos ido aprendiendo y desaprendiendo muchas cosas que si las analizáramos hoy con detenimiento nos causaría risas, vergüenza o quizás desagrado. Opiniones que creíamos naturales eran fruto de años de formación (o adoctrinamiento) que considerábamos fuera de toda discusión. Temas tan diversos como la economía, la religión y la política nos llevan a posiciones dogmáticas tan inflexibles que el enfrentamiento es inevitable. Plataformas como Twitter y Facebook se han convertido en lugares donde muchas veces la gente descarga sus furias y fobias sin ni siquiera validar si es que lo que dicen y apoyan es cierto.

Todos tenemos una opinión formada sobre diversos temas y los que la comparten nos apoyarán y los que no tratarán de hacernos ver lo equivocados que estamos mediante datos o fuentes que creen fidedignas y en el peor de los casos mediante el insulto. Pero nadie es dueño de la verdad. ¿A quién no le han dicho alguna vez que está equivocado? ¿Y cuántos de nosotros hemos dicho algo totalmente falso que solo sirve para reforzar nuestras creencias más arraigadas? ¿Pero acaso no es mejor aceptar que estamos equivocados y al contrario parecer unos lunáticos defendiendo lo indefendible? Y en eso consiste el desaprender, el deconstruir conceptos e ideas que creíamos ciertas e inmutables. Pero para eso hay que ser capaces de escuchar las diversas opiniones sin cerrarse a la argumentación de uno u otro lado, exceptuando, obviamente, a las abiertamente falsas como las que abundan en las redes sociales.

Y en la actualidad, muchos nos hemos vuelto básicos (como diría un reconocido periodista) en lo que se refiere a brindar nuestras opiniones. Nos ganan las emociones (fobias sería más preciso) al intercambiar ideas y conceptos. El mundo es un lugar donde todos no van a estar de acuerdo siempre, pero debemos mirar un poquito más allá. Ya lo dijo Robert Louis Stevenson en el siglo XIX en su formidable obra ‘En defensa de los ociosos`: “Si a los veinte años crees en algo y a los cuarenta sigues creyendo lo mismo a pesar de las evidencias que la desmienten, o eres cómplice o eres un necio”.

 

 

 

 

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