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viernes, abril 26, 2024

Del 2020 hacia el año de las realizaciones

El año 2020 que acabamos de dejar será un año en el que perdimos mucho y podríamos no haber aprendido nada. Perdimos seres queridos, entre familiares y amigos y personas que gozaban de prestigio y reconocimiento en la ciudad. Tal vez en algún momento escriba sobre esos seres valiosos que perdimos porque es justo reconocerles sus méritos y porque sus vidas tenían sentido y no vivieron en vano. Ellos anidan en un rincón de nuestros corazones y en la morada eterna de nuestros afectos. Es preciso rescatarlos.

Aprendimos que tenemos un Estado que, por décadas, nos había estado dando migajas: pagando sueldos miserables a la clase trabajadora, no diseñando una política para mejorar las pensiones y reformarse a mismo, exonerando tributos a los poderosos, dando facilidades a los que más tienen y ahogando a los que se esfuerzan en salir adelante. Porque había dinero, como lo ha demostrado esta pandemia que nos encerró a todos. ¿Y por qué no se construyeron grandes centros hospitalarios y no se les dotó de toda la infraestructura tecnológica y los servicios que están obligados a prestar? ¿Por qué los centros educativos funcionan en cuchitriles en donde no tienen áreas verdes y sin árboles y jardines espaciosos? ¿Y por qué los empleados del Estado ganan sueldos de hambre?

Pues el Estado tiene dinero. Y existe otro dinero que no cobra porque hay intereses para no hacerlo y “devolverlo” contrabandeando la interpretación de los preceptos constitucionales. Necesitamos gobernantes que piensen en la gente y comprender que existe una relación biunívoca, como si fuera una función matemática, entre los que detentan el poder y los que no, en una sociedad de iguales.

Corremos el riesgo de no saberle sacar provecho a lo que viene ocurriendo. Se habla de una “nueva normalidad” que, parece, será la misma normalidad. Podríamos llegar a ser como los ´perfectos emigrados de Coblenza´: “nada hemos olvidado, nada hemos aprendido”. Y si el año 2020 fue tenebroso y nos sumió en la desesperanza, hagamos que el 2021 sea el año ya no solo de las grandes esperanzas, sino de las grandes realizaciones. Este año del 2021 debemos convertirlo en un año revolucionario, porque en la región San Martín tenemos gente, y es la gente la que hace la revolución. Para eso debemos creer en nosotros mismos. Las decisiones están en nuestras manos.

En el campo agrario y el turismo debe lograse la revolución, pues si en esta década no la hacemos mañana ya será demasiado tarde: habrán desaparecido nuestros bosques, ríos, quebradas y nuestras carreteras serán solo avenidas como esas calles desérticas llenas de grifos, bares y centros de esparcimiento, como ya está convirtiéndose la carretera a San Antonio de Cumbaza, ante la inopia de los alcaldes y las entidades públicas ambientales y donde ya es necesario la intervención de la Fiscalía del Ambiente y de la Defensoría del Pueblo.

El año 2020 fue tenebroso, y no solo porque nos llenó de terror por lo ocurrido. Nos llenó de terror y espanto porque descubrimos que habíamos convivido con un Estado que nos estaba engañando. Un Estado que nunca quiso invertir para mejorar la calidad de vida de la gente. ¡Es hora de cambiar! (Comunicando Bosque y Cultura).

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