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jueves, abril 25, 2024

Cuando dejé de ser Papá Noel

Mis hijos Boris y Sergio suelen publicar en el Facebook las anécdotas de cuando en casa solía hacer de Papa Noel durante esas fiestas navideñas, y lo hacía por ellos, cuando eran niños y cuando llegaron mis nietos. En esta especie de chifladura mi esposa Betty me acompañaba y ella misma hacía el vestido usando viejas ropas y cuando llegaba el día, más que esperar con ansiedad el pavo al horno, el panetón D´Onofrio y el chocolate, siempre mi preocupación era de cómo escaparme de la casa para salir ya totalmente avituallado y para que, antes que dieran las doce de la noche, apareciera imprevistamente cargando mis dos sacos de regalos. Porque con nosotros pasaban las fiestas, mis hermanos, algunos primos y sus niños.

Cuando en diciembre de 1988 nos trasladamos a la urbanización del Fonavi, el actual Coliseo Cerrado estaba a medio construir y la calle Rafael Díaz –que el actual alcalde de Morales probablemente no tiene interés en asfaltar y dar solución provisional a la horrible polvareda que venimos sufriendo por décadas—era un precario camino de servidumbre lleno de una arboleda que hacía que los vecinos disfrutáramos de los arbustos y donde apenas transitaban poquísimas personas, con lo que se prestaba para que mi actuación de Papa Noel saliera estupendamente, porque los niños podrían imaginar que mi trineo estaba estacionado en el pasaje Reynaldo Meléndez.

Mi representación de Papa Noel era la muestra de mi verdadera personalidad y de cómo mi familia entendía la vida; o sea, salir de la rutina, romper esquemas y dar rienda suelta a la imaginación porque, a mis setenta años, sigo creyendo que en algún momento llegará el viejito del trineo con su barba blanca y su vestido rojo y con su risa estentórea del ¡Jo, Jo, Jo! En esas navidades los sueños de William Boris, Sergio Maximiliano, Boris Estephano y Marcelo Matías y mis sobrinitos, que me recibían alborozados, se cumplían e imaginaban que desde el hemisferio norte llegaba Papa Noel trayendo los regalos para alegrar esas noches de luces y colores.

Por muchos años todo iba bien y la representación del Papa Noel me salía de maravillas. Sin embargo, los tres últimos años, cuando la calle se había convertido en una vía transitable y lleno de esa polvareda atroz que es ahora, justo cuando cruzaba la calle no faltaban unos conductores imbéciles y mal paridos que, al verme, gritaban: “¡Tan viejo y creyendo en cojudeces!”. Era el momento que me decía: “¡Valor, amigo; no les hagas caso a esos miserables y huevones!”. Entonces recuperaba mi alegría y llegaba a la casa para compartir ese momento con mis niños.

Pero todo tiene su fin, porque dos años más de continuar en estos avatares, después de llegar con mis dos bolsas de regalos y distribuirlos ante la alegría de todos los niños y la risa y complicidad de los mayores, en un momento de la algazara Boris Estephano, que tenía cinco años, me jaló del brazo y discretamente me llevó a un aparte y me dijo: “Mentira; tú no eres Papa Noel. Tú eres mi papá Willian. No voy a decirle a nadie”. Entonces, volví a la realidad.

Y así, casi de manera silenciosa terminó esta aventura: de manera silenciosa y solo esas botas, uniforme y el gorro siempre perdurarán para el recuerdo. La anécdota sirve para demostrarnos de cómo la opinión de un niño cuenta; algo que los políticos nunca entenderán, y menos los grajos congresistas que hoy tenemos. Y ojalá el profesor Meléndez nos ayude a darle una solución al problema terrible de esa polvareda quien, con su silencio, querría decirnos que sigamos esperando veinte años más. (Comunicando Bosque y Cultura).

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