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martes, abril 16, 2024

“EL BANQUETE”. JULIO R. RIBEYRO CRITICA SOCIAL Y POLÍTICA

• Julio Ramón Ribeyro. El más diestro narrador de piezas cortas del ambiente citadino, el mejor exponente del cuento peruano contemporáneo con temática urbana. Su obra, con un estilo sobrio, fluido, vivencial, fue siempre una constante denuncia y rechazo a las injusticias, a la corrupción, a la falsa moral de los tipos y personajes de nuestra capital señorial y horrible, -al decir de Salazar Bondy- que pululaban en la política criolla de los años cincuenta, de una Lima que ante las desordenada migraciones campesinas, crecía en forma abrupta y desordenada.

En medio de todo este caos, retrató con fino trazo avisor al político inescrupuloso cuya conciencia es una puerta abierta para la corrupción, la infamia y la impunidad tan multiplicada hoy en día.

Este cuento se sustenta en la mezquina ambición del voraz afán de enriquecimiento entre formas abominables de capturar y detentar poder sobre todo en lo económico. Reduce la política al nivel de sucio negocio para satisfacer sus apetitos arribistas.

El humor que Ribeyro destila muchas veces es hasta corrosivo y la utiliza con punzantes contenidos a través de la sátira, la ironía y el sarcasmo, en un cinismo devastador con el fin de impactar con su crítica social y política. Igual lo practicó en el teatro (“Confusión en la Prefectura”).

En sus personaje, -aparente-mente- hay frustación, desencanto y amargura, pero es, más que todo, el resultado de una manera de presentar y denunciar esta cruda realidad.

“Toda obra literaria es política –nos dice- explícita o implícitamente; pero no hay que hacer de ella un instrumento en la discusión de una ideología o de una praxis, política”.

Su realismo crítico va más allá para alzarse contra las injusticias del orden social existente.

• “EL BANQUETE” DE JULIO RAMÓN RIBEYRO. (Condensado)
No estaban haciendo derroche de los dineros del estado, que conste. Todo el gasto de la opulencia del gran festin, corría a cuenta de Fernando Pasamano y había sido preparado con dos meses de anticipación. Su convidado era nada menos que el señor Presidente de la República y él, uno de los más cercanos parientes. Esta era su oportunidad de lograr un sueño largamente acariciado: conseguir una embajada en Europa y la construcción de un ferrocarril que atravesara sus tierras que poseía en la montaña. Se imaginaba, ya veía pasar los vagones cargados de oro. Por eso es que no escatimó esfuerzos ni gastos para el gran agasajo. Un opulento festín para ciento cincuenta invitados al que asistieron la flor y nata de la clase política del momento. Tanto ajetreo y casi olvidó la invitación. Se dirigió a Palacio y aprovechando una reunión, humildemente le hizo la propuesta al mandatario.

La confirmación llegó por escrito. Sintió que era el momento más feliz de su vida. Contó la cuarenta cajas de wisky, los vinos tintos del Mediterráneo. En los salones decorados con orquídeas, solo faltaba el Presidente. De repente, escoltado por sus edecanes, llegó.
“El Excelentísimo señor Presidente de la República”. El alma y la felicidad le volvieron al cuerpo. Oportuno y sagaz, aprovechó un momento para conducirlo a la salita de música con adornos versallescos y le hizo la propuesta. “No faltaba más. Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana en el Consejo de Ministros propondré su nombramiento, es decir, lo impondré, sé que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Citaré a mi despacho a todos sus miembros y a usted también para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga”. Don Fernando durmió feliz, arrobado por la música de esas bellas palabras. “Seguro de que nunca caballero limeño alguno había tirado con más gloria su casa por la ventana, ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad”.

Al siguiente día, los gritos destemplados de su mujer, periódico en mano, lo despertaron y al ver los titulares se desmayó: un Ministro, en la madrugada, había dado golpe de estado y el Presidente había sido obligado a dimitir.

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