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jueves, marzo 28, 2024

HABÍA UNA VEZ UNA CIUDAD Leyenda Sanmartinense

Había una vez, hace muchos años, en la época del esplendor incaico, una ciudad luminosa, con arcos y portales dorados, de calles bien alineadas y hermosos recreos y paradisíacos parajes, donde todas las tardes, al declinar el sol, los crepúsculos le daban mágicas tonalidades al paisaje, y por eso la llamaban: la ciudad encantada.

Años después, en la época de colonia, apareció el nefasto capitán español Lope de Aguirre, conquistador codicioso, asesino implacable, que sembró el terror en toda esa región y lo único que le interesaba eran las riquezas que había venido a saquear, como muchos que vinieron con la fiebre del oro en la trágica expedición de “Los Marañones” buscando el Dorado.

Se dice que tenía el brazo derecho más largo que el izquierdo, tal vez aludiendo a su desmesurada ambición. “El Tirano”, como le apodaban, aprovechando su espesa barba, ojos azules y enorme estatura, infundía temor y hasta pánico. El intrépido asaltó el templo mayor donde los moradores se encontraban reunidos y se apoderó de los dioses de oro y plata. En medio de los gritos, el desorden y la confusión, junto a la puerta de salida, donde el audaz aventurero apenas podía sostener el peso de su carga, dejó caer un ídolo que se sumergió hasta el fondo de un pequeño charco; éste se fue agrandando, se formó un remolino de espumas y para sorpresa de todos, se fue convirtiendo en una enorme laguna.

“El Rebelde”, como también le apodaban, por sus abiertos y constantes enfrentamientos con la autoridad española, enrumbó hacia Loreto llevándose los otros tesoros. Mientras tanto, toda la ciudad fue tragada por la laguna, quedando casi todo en escombros.

Los moradores, sin entender todavía por qué se habían llevado a sus dioses ocasionando tanta desgracia, tuvieron que ponerse a buscar un lugar apropiado para fundar un nuevo pueblo. Lo ubicaron entre un río y el riachuelo de Balsayacu conocido como el indanal (donde abunda el fruto llamado indano).

La vida pacifica a que estaban acostumbrados la dedicaban a la caza, la pesca y las sencillas tareas agrícolas en esta naturaleza tan pródiga que atrajo además a gentes de otros grupos llamados “Los motilones” ubicados en la parte alta de Lamas. Ellos se desplazaban hasta estos lugares, como buenos cazadores que eran, para aprovechar la abundancia que la naturaleza les brindaba, tanto así que llegaron a establecer su campamento junto al río. Los pobladores del indanal fueron bajando también por el río y se asentaron en esos sitios, se unieron poco a poco y llegaron a conformar un solo pueblo.

Y cuentan que mientras un grupo de lugareños se bañaban, una vez terminada la faena diaria, un enorme sapo se metió entre las ropas buscando comida; ya se escapaba arrastrando una bolsa en la que se había enredado y es entonces que fue descubierto por un bañista que exclamó: ¡Sapo sua! ¡Sapo sua! (sapo ladrón). Y desde entonces, tanto el río como la ciudad fueron bautizados con el nombre de Saposoa. Ese es el origen de la ciudad actual. La antigua está convertida en una inmensa laguna, un lugar adonde nadie puede llegar; y se dice que desde el fondo emerge -y muchas aseguran haberlo visto- un enorme macho feroz como un mitológico toro negro que bota espuma por la boca, lanzando furiosos bramidos que resuenan en la lejanía.

No fue evangelizar el principal propósito de los españoles al ingresar a la región selvática, sino saquear los tesoros de los pueblos indígenas. Fue la fiebre del oro, la búsqueda del Dorado.
Y los conquistadores querían hacerse ricos en un santiamén. Lope de Aguirre fue uno de ellos. Muchas leyendas se han tejido alrededor de su imagen de conquistador cruel y sanguinario. El primer saqueador en el departamento de San Martín. Otros tipos de saqueos se han producido después, pero el daño que le hizo a esa ciudad fue inmenso hasta destruirla totalmente.

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