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viernes, abril 26, 2024

Una inocente pregunta que debemos responder

Cuando mi hija contaba con tres años me preguntó, con la curiosidad e inocencia de su edad, “¿Qué es el Perú?” Me sentí interpelado hasta el extremo, con tantas ideas y sentimientos entrecruzados que no sabía cómo o por dónde empezar a responderle.

Aquella vez regresó feliz de su nido de la celebración por Fiestas Patrias, contó sobre la degustación de comida criolla y no se quitó, sino hasta muy tarde, su camiseta rojiblanca. Ella sabía, desde mucho antes, que el Perú era su país, al que amábamos, donde vivíamos y al que había que cuidar.

Después de tres años todavía resuena la pregunta en mi mente y en mi corazón. Es un cuestionamiento crucial porque de su respuesta, consciente o no, se generan los sentimientos, valores y actitudes que asumimos a diario.

La respuesta la enuncio constantemente, aunque mi hija ya no se acuerde cuándo y por qué la formuló. Le recalco que ser peruana y peruano es obedecer las luces del semáforo, respetar el orden de las filas y no arrojar papeles fuera de los tachos de basura.

Pero sé que hay más para decir y hacer. Le he contado, con la ayuda de libros infantiles, la historia de Manco Cápac, Mama Ocllo, Túpac Amaru y Daniel Alcides Carrión. De igual forma, sobre el santuario de Machu Picchu o la civilización de Caral y hemos construido en casa nuestro propio Qhapaq Ñan.

Me han servido los textos de Quipus. Relatos peruanos para niños de María Wiesse, publicados en 1936, para contarle cómo eran estas tierras hace miles de años “ese maravilloso y vastísimo país de playas, llanuras, valles, cerros, montañas, bosques, lagos y ríos; ese país que esperaba al hombre, era lo que es hoy, nuestra patria; era el Perú”.

Estos días, mis dos hijos y yo, nos hemos colocado las camisetas con la franja roja sobre el pecho para jugar y ver ondear la bandera en lo alto de la casa, recordé que nuestro país alberga el 70% de la biodiversidad del planeta y nuestra cultura, con su música, danzas y gastronomía, es reconocida y celebrada a nivel mundial.

Sin embargo, el pueblo peruano tiene muchas fracturas. Los últimos veinte años del siglo pasado vivimos una cruenta guerra que todavía nos divide a pesar que el Informe Final de la CVR señala causas, consecuencias y brinda recomendaciones para evitar otro enfrentamiento similar. Alguna gente se niega a reconocer el conflicto porque no lo padeció de forma directa.

El periodista y escritor Marco Avilés en su libro No soy tu cholo aclara de manera contundente que “es jodido concebir la historia completa del país tomando como referencia lo que nos ocurrió como individuos, lo que castigó a nuestro barrio. Si viviste en Lima, quizá padeciste actos terroristas. Los que vivimos en los Andes (y luego en los arrabales que formamos los inmigrantes en la capital) sabemos que aquello fue más que bombas estallando en la oscuridad”.

Una historia que no debemos olvidar porque aún persisten condiciones de injusticia, pobreza, centralismo, desigualdad y discriminación étnica. Con el agravante de la corrupción generalizada, la delincuencia, la violencia familiar y de género.

Igualmente insoportable son el desempleo, la informalidad, la falta de servicios básicos de agua, luz y desagüe en todo el territorio. Cabe entonces reflexionar con Lurgio Gavilán, cuando “escuchamos aletear en nuestro interior esa idea de igualdad, esa promesa de una sociedad donde nadie sea más que nadie. ¿Eso es terrorismo?”

Es momento de meditar. Como sociedad salimos adelante de momentos muy difíciles, el terrorismo, la crisis económica, la dictadura, los embates de la naturaleza, y lo logramos “pues faltando todo, todo nos alcanza” y siempre compartimos, habría que agregarle hoy al himno criollo “Cholo soy”.

Debemos abrir los ojos ante nuestra realidad, por ello el padre Gustavo Gutiérrez nos exhorta: “necesitamos conocer, reconocer, esta patria nuestra en sus alturas y en sus profundidades, en sus anchuras y en sus estrecheces, en sus posibilidades y en sus callejones sin salida”.

Los versos de la poeta Rocío Silva Santisteban me recuerdan que “yo pertenezco a un pueblo que se niega a bajar la cabeza” y “vuelve a levantarse, a sudar, a subir hasta la última escalera” porque, como afirmó Arguedas en 1968, es “el Perú una fuente infinita para la creación… país infinito”.

Valoremos esta nación imperecedera, la riqueza de sus 48 lenguas originarias, la abundancia natural que ostentamos, respetemos y hagamos respetar la heterogeneidad y diversidad.

Es nuestra obligación legarles a niñas, niños y jóvenes una verdadera identidad nacional que contribuya al desarrollo y progreso del país para poder llegar al Bicentenario en democracia, con respeto, justicia e igualdad.

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