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viernes, abril 19, 2024

Príncipe azul de barro

Docenas y hasta miles de ojos masculinos están dirigidos al escultural cuerpo de la agraciada jovencita. No, no necesariamente aquellos luceros multicolores corresponden a jóvenes príncipes azules solteros. Quizás altos porcentajes son de personas mayores que tienen esposas e hijos. Entonces, se explica que personas adultas compongan canciones y orquestas graben melodías sobre colegialas, como flagrante apología al delito de violación sexual a menores de edad. Nunca nadie ha dicho algo cuando salían primicias de canciones dedicadas a las colegialas. No solo quedaban en primicias, sino que se siguen difundiendo en el tiempo, por décadas. ¿Quiénes son las colegialas? Son nuestras hijas, hermanas, nietas, primas, son parte directa de nuestra familia, son las flores que adornan las familias, son las que expanden sus néctares en el ambiente, porque precisamente están iniciando su proceso de reproducción, hasta cuando alcancen la mayoría de edad y estén formadas profesionalmente. No está bien que varones mayores, estén husmeando en las puertas de los colegios procurando contactarse con ellas. El varón mayor debe demostrar ser verdaderamente varón, al procurar contactarse con bellas mujeres mayores, de su edad, y no andar pretendiendo engañar a jovencitas colegialas, que recién están experimentando naturales cambios hormonales en sus frágiles cuerpos. ¿Será verdadero varón quién está en esas andanzas o será un completo cobarde? De allí, podrían originarse los delitos de violaciones sexuales y sus posteriores consecuencias. ¿Por qué los caballeros se hacen problemas pudiendo vivir en paz con su alma? ¿Aquella niña, púber, acaso no podría ser imagen de vuestra joven madre, hermana, posterior hija, nieta, imagen de nuestra Virgen María? Es que, al parecer, nos estamos dejando dominar de la fría indiferencia materialista, como actúan por instinto silvestres animales de nuestra selva, en su afán cotidiana de alimentarse para sobrevivir. Éstos comportamientos humanos son evidencias de involución a añejos ancestros que vivían por fuerza para su propia supervivencia. ¿Por qué nuestra evolución raciocina opaca la luz del entendimiento que somos criaturas de Dios? Que debemos cultivar los básicos valores de convivencia social, respetándose unos a otros, amando a Dios sobre todas las cosas, amándonos entre nosotros, amando a nuestra naturaleza que nos da vida. Entonces, por ese necesario respeto a los demás, los varones mayores ni siquiera debemos mirar con mal deseo a nuestras niñas, púber y jovencitas menores de edad. A ellas, nuestro máximo respeto, en honor a nuestra Virgen María, a nuestra madre biológica.

Toda persona, como ser vivo, debe cumplir con las cuatro etapas en su vida terrenal: nacer, crecer, reproducirse y morir. ¿Usted y yo tenemos ese derecho natural? ¿Hay alguien en el planeta facultado a deshacer ese derecho de vida natural de una persona? Por supuesto que no. Sólo Dios es el dueño de nuestra vida; a él le debemos lo que somos. ¿Quién le ha dado facultades a Pedro Sinfín para agredir a quién se le dé la gana? Al parecer, hay severa equivocación de la vida de éste individuo, que la sociedad no debe permitir. Entonces, bajo éste marco, las niñas juegan con sus muñecas desarrollando su imaginación de formar parejitas de la bella con su príncipe compañero. Pasa el tiempo, cuando púber, las hormonas inician su funcionamiento, ese príncipe muñeco es comparado con también púberes varones. Entre tantos, uno que otro se parece más, otro se parece poco. Se va cristalizando en la mente de la niña ese soñado príncipe, porque en el futuro debe formar su hogar para cumplir con su etapa de reproducción natural. Aquel príncipe azul debe ser de carne, hueso y alma. Está descartado que sea de barro, porque ella es una linda princesita que se merece lo mejor. Pero, cuando ya llega la madurez, como todo ser humano también se equivoca. A veces, el soñado príncipe azul, embelese a ella por su cuerpo, ojos, sonrisa, dicción, color de piel, en fin, supuestas virtudes que hace que ella se desplome en sus brazos. Las dulces sonrisas que acompañan a los enamorados envuelven sus lamentables realidades de sus comportamientos. Ella siempre ha soñado en ser la conductora de su hogar, la mejor esposa, la única madre y linda abuelita, con su príncipe azul como jefe del hogar, con sus hijos que son sangre de su sangre. Ella sigue soñando que su príncipe será fiel absoluto, que sus miradas, sus caricias, sus atenciones, solo serán para ella, que ni siquiera mirará a otra mujer que no sea ella, peor que materialice su infidelidad. Sigue imaginándose que su príncipe dará todo su tiempo a ella y a sus hijos; que no desperdiciará ni un solo instante en las cantinas, en vez de pasar esos momentos con ella y sus hijos. El príncipe sigue siendo azul hasta pasados algunos meses después del matrimonio, porque todavía las sonrisas continúan siendo dulces, abundan las caricias y los halagos. Hasta que el príncipe azul de nítido color va cambiando a la de apariencia barrosa, porque sus ojos no solo están resaltando las virtudes de la esposa, porque los “amigos” sociales exigen pasar tiempos en los deportes que luego terminan en las cantinas y hasta en los burdeles. El príncipe azul ahora es de barro, el otro “príncipe” escondido detrás de las caricias enamoradas.

 

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