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jueves, abril 25, 2024

El valor del Sí

Nuestra vida se origina en un sí. Agradables olores de feromonas humanas pululan en la atmósfera de manera libre, hasta que uno reacciona con otra mediante combinación compatible. Hay gestos de las partes, que a las claras se inducen al cumplimiento de esa compatibilidad: sonrisas, guiños, miradas.

El varón declara el impulso de su explosivo sentimiento y de plano recibe negativa respuesta.

Pero, ésta respuesta es calculada, dista de ser contundente y definitiva. Se inicia la persistente perseverancia masculina, procurando por todos los medios arrancar ese bendito “si”. Muchas personas comparan ésta persistencia varonil con las actuaciones de los canes en éste mismo proceso de inicio reproductivo. Los cálculos femeninos casi no fallan y la prueba se alarga hasta el momento oportuno; cuando al fin, supuestamente sonrojada, sus dulces labios dejan soltar esa palabra bendita: “si”. A partir de aquí arranca el proceso de enamoramiento de la pareja.

El valor del “Si” se hace inconmensurable, divino, grandioso, maravilloso, cuando la palabra es expresada por María, mamá de Jesús. Lucas 1, 26-38: “Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen prometida a un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» Ella quedó desconcertada por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo.

El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; Mira, concebirás y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús.

Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios.

Mira, también a tu pariente, Isabel, que ha concebido un hijo en su vejez y ya va el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios.»

Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue”. El Sí de María es de entrega total a Dios, que Él haga en ella según su voluntad. Treinta y tres años después, aquel Hijo Jesús, también se entrega a su Padre: “Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” Mateo 26:39. María y Jesús, se entregan de lleno a Dios, de cuerpo y alma, he ahí el valor del sí. Pero, el sí de María no solo es divino, también es humano, porque es el sí que nosotros damos en nuestra cotidiana vida, especialmente el sí de nuestras mujeres al darnos la vida. Luego del sí de aceptar ser enamorada del seleccionado pretendiente, viene el sí de aceptar ser la esposa, después el sí de ser madre, de traer al mundo al hijo recién fecundado.

Todos los seres humanos vivientes somos resultados del sí de nuestras madres; pues, lo contrario representa la situación oscura desmerecedora de recordar. He ahí, el gran valor del sí, porque ese sí es vida, es nuestra vida, es la vida de Jesús, es la vida de la humanidad.

Cuando se preguntó a un grupo de jóvenes: ¿están seguros que son frutos del amor de sus padres? Al menos el diez por ciento niega ser fruto del amor. Otro tanto indica, estar seguro que sus padres no se alegraron con sus nacimientos. Éstas respuestas indican que somos nosotros quienes hacemos esfuerzos por tergiversar los mandatos del Señor, tratamos de dar contexto adverso al valor del sí que da vida.

Necesitamos a todas luces, el sí de “hágase en mí según u palabra”, el sí de entrega de cuerpo y alma a nuestro Dios.

Nuestra confianza en Dios abrirá los caminos del bien de nuestra azarosa vida humana, necesitamos consolidar nuestra confianza en el Señor. Requerimos que éste 25 de diciembre, nazca Jesús, en la profundidad de nuestro ser, para que su inmensa Gracia Divina pueda transformar nuestra vida mundana en auténtica vida cristiana; pero, se necesita que emerja el sí desde la profundidad de nuestro ser. Dar el sí, no sólo fue de María, la madre de Jesús; no solo fue de nuestras madres, de quienes nosotros nacimos; ahora nosotros necesitamos dar ese sí y convertirnos en ese auténtico hijo de Dios. El valor del sí, se refleja en la vida humana, porque el sí es vida.

 

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