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jueves, marzo 28, 2024

Las mil formas de la idolatría

La idolatría consiste en adorar ídolos. Somos idólatras cuando ponemos a un ídolo (cosa o persona) en el lugar que solo debería corresponderle al Creador y Sustentador de nuestras vidas. Sólo Dios merece ser reverenciado, amado y obedecido. Por eso la Biblia nos insta a confiar en él y amarle con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente y alma. Como el mismo Jesús dijo:* “Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás”.

Pero los ídolos no son sólo dioses o seres mitológicos de piedra, madera o yeso. Si el dinero ocupa el primer lugar en la vida es un ídolo también, y la avaricia se convierte en una forma de idolatría*. El dios billete es enaltecido por encima de la honestidad, la compasión, incluso el honor, la familia y el mismo Dios. “No se puede servir a Dios y a las riquezas”. Jesús dijo* que solo se puede tener un Señor.

Así que los ídolos pueden ser muchos y tomar mil formas: puede ser un equipo de fútbol, un partido político, la comida, la bebida o el sexo. De esta manera los idólatras pueden dar “su vida” por el equipo de sus amores, pelear por un líder político, descuidar su cuerpo por la gula, perder el trabajo por la bebida y dejar a su esposa y familia por el sexo indebido.

Hay padres que idolatran a sus hijos, jóvenes que idolatran a un artista, feligreses que idolatran a un pastor. Y cuando el ídolo es un muerto a quien se le hace oraciones y se le pide milagros, sin darse cuenta se le ha elevado al lugar de Dios, pues solo a la divinidad se elevan oraciones. Confiar en una persona muerta, sea santo o familiar para que nos cuide o ayude sobrenaturalmente, es pedirle algo que sólo Dios puede dar. Es idolatría y hasta puede calificarse como espiritismo. Es una ofensa para Dios.

Si de prácticas religiosas se trata, la verdad es que siempre es más fácil rendir culto a un ídolo que a Dios, porque el ídolo no reacciona. Como dice el salmo 115: “tiene boca mas no habla; tiene ojos, pero no ve; orejas tiene, pero no oye; tiene nariz, pero no huele; manos tiene, pero no palpa; tiene pies pero no camina…” Un ídolo no demanda obediencia, no escudriña nuestros corazones y no llama al arrepentimiento. Es más fácil traer ofrendas, flores, regalos y hacer sacrificios a una imagen, que honrar a Dios con una vida que le agrade. Se puede ser muy devoto a un objeto sagrado y a la vez, no ser fiel a la esposa, ni practicar el dominio propio, ni morderse la lengua para no chismear contra el vecino. Porque hasta la Sagrada Biblia se puede idolatrar al llevarla consigo a todos lados, o encenderle velas, pero sin leerla ni obedecerla. En cambio Dios, que lo conoce todo, sólo acepta la adoración de corazones sinceros, que con arrepentimiento y fe vienen a él, porque lo ponen en el altar de sus vidas. “Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” dijo Jesús.*

Todo ídolo, visible o no, siempre será motivo de decepción. Sea el dinero, la política, vivo o muerto, nunca, nada ni nadie podrá reemplazar a Dios. Puede que por un tiempo satisfaga alguna necesidad personal (entre ellas la necesidad de creer y adorar algo), pero a la larga el ídolo demostrará ser vano e inútil. No trascienden a la eternidad. “Hijitos, cuídense de los ídolos” dijo el apóstol Juan*, y bien haremos en revisar nuestros corazones para ver quien ocupa el primer lugar en nuestra vida.

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