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sábado, abril 20, 2024

Oswaldo Reynoso Carambola (De Los Inocentes)

RESEÑA
La narrativa urbana de los años 50 tiene indudablemente en Oswaldo Reynoso a su más alto representante, liderando a los escritores agrupados en el Realismo crítico, movimiento de denuncia contra las injusticias del orden social existente entre la rapiña de los monopolios mineros y las migraciones de campesinos arruinados que conformaran después los cinturones de la miseria o barriadas (dígase mejor: pueblos jóvenes).
Escritor arequipeño y profesor universitario. Laboró en la universidad de Huamanga y La Cantuta.

Las críticas y denuncias de este combativo escritor lo llevaron a producir “Los Inocentes” (“Lima en rock”) y “En Octubre no hay milagros”, que a pesar de las fuertes críticas por el uso de un lenguaje coprolático y escenas sórdidas, alcanzó la merecida fama tan cara a los que chocan contra los prejuicios e hipocresías sociales.

APRECIACIÓN LITERARIA.
El escritor provinciano en Lima “la horrible” es testigo de la escasez de trabajo que genera, desocupación, subempleo, miseria, delincuencia, prostitución y nefasta incultura. Dolorosamente expresa: “Yo he descrito una sociedad en la que no existe el amor y en la que la sexualidad es una forma de evasión, una forma de olvido de sí mismo. Y yo no soy un moralista”

“LOS INOCENTS” (“Lima en rock”). Una cita de Jean Genet precede a esta obra: “Yo tenía 16 años en el corazón, pero no tenía ni un solo lugar donde colocar el sentimiento de mi inocencia”.

Los cinco relatos demuestran la desorientación, corrupción y violencia de las adolescentes y jóvenes de una sociedad deforme, indiferente e hipócrita, y en sus personajes a un profundo conocedor de la psicología juvenil y del lenguaje áspero de los bajos estratos sociales.

CARAMBOLA (Condesado).
Media noche en el billa “La Estrella” humo y penumbra. Se habla a media voz como en la iglesia. Máquinas eléctricas resaltan en la oscuridad. No hay caso, este choro plantado es un trome con el taco. Cómo quisiera ser como él, comenta Carambola. El sólo juega –dice- para liberarse. ¿liberarse, de qué? No sé de dónde saca magia y hechiza las bolas. Esta noche tengo que hablarle de todas maneras: “Un asunto de hombres de vital importancia”.
-Es tarde, en tú casa te pueden sonar.
-No creo. A nadie le importo, ni nadie me importa en casa.
-Bueno, si es así, vamos.
La luz pálida transforma el asfalto en espejo negro. Parece que a propósito se detuviera la madruga.
-Tú me quieres decir algo, pero tienes miedo. ¿No es cierto? Bueno: tómate un pomo y se te pasará el miedo.

Cuando la vida te golpee comprenderás que todos los hombres guardamos un secreto. Puede ser una mujer o tal vez. . . no sé, pero lo guardamos aquí en el corazón; y hay días que pesa demasiado y parece que reventará y entonces hay que liberarse, y se juega y se toma hasta quedar borracho. Yo estuve en la sombra, pero no por ladrón, sino porque me desgracié. Lo más triste que le puede pasar a un hombre es que lo hagan cojudo. Por eso la maté Carambola.

Cuando cumplí mi pena, nadie me dijo nada. Al contrario, todos los de la quinta me invitaron a no me fui del barrio. Todos son buenos: me llaman choro, pero no criminal. Pero mejor hablemos de lo tuyo.

-Este . . . estoy bien templado de una chelfa del barrio.
-¿Quién es? ¿La conozco?
-Sí, pero mejor no le doy el nombre. Usted sabe que del plan de paleteo y chupete hay que pasar a otra cosa. Mañana mis viejos se van a Chosica voy a estar sólo y hemos quedado para chaparnos en mi cuarto.
Pero tengo miedo don Mario. La gila está cerradita.
Ya en la matiné ya la he palpado bien. Ella me quie. ¿Es cierto que cuando están cerraditas, se desangran? Tengo miedo. ¿Qué me aconseja?
-Tienes que hacerlo con mucho cuidado. ¿Cuál es el nombre de la fulana esa? Por curiosidad, nada más. Te guardo el secreto, seguro.
-Estéis Alicia la hija de la señora Jesús. El choro plantado, silencioso y triste pagó la cuenta.
-Hasta mañana don Mario.
Vio la casaca roja de Carambola, perderse en la neblina y murmuró: “Casi todas las chelpas son iguales. ¡Pobre Carambola! Si supieras que su tal Alicia es más p… que una gallina. Todas las gilas son iguales. ¡Pobre Carambola!

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