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viernes, abril 19, 2024

“Muerte de un funcionario” … Antony Chejov

Eximio e indiscutible maestro del cuento corto y gloria nacional del teatro ruso. Escribiendo relatos y bocetos periodísticos se hizo famoso. Desde muy joven.

Hombre pragmático y a la vez poético muy a su manera. No podemos afirmar categórica y limitadamente que es un escritor prototipo del Realismo y ya. Todo escritor genial no puede ser encasillado en una determinada escuela o capilla literaria. Las trasciende. Si bien es cierto que nunca recurrió más allá a la fantasía, su vuelo no deja de ser maravilloso. La profundidad de su visión y su mensaje así lo atestiguan. Sorprende su sutil intuición sicológica en el manejo de los personajes – como se observa en esta historia del alguacil- que poco a poco, va agrandando situaciones desde ese microcosmos de sus conciencias, que se extenderán a los grandes temas de la conciencia social, que orientan no pocos destinos humanos, muchas veces trágicos como sucede con el personaje disminuido, apocado de este cuento, infundido de miedo hasta el pavor, temiendo las represalias del superior, o sea del burócrata militar. El escritor vidente que fue alcanzó a ver más adentro y más lejos en la sociedad de su época.

Vislumbró las luchas y los cambios de su país y siempre estuvo al lado de los explotados, los desposeídos, y humillados.

Pronosticó la revolución: “La hora ha sonado. –dijo algo grande avanza hacia nosotros. Una enorme y poderosa tempestad se prepara y pronto, la pereza, la indiferencia, los prejuicios contra el trabajo, el mórbido tedio será barrido”.

Sus personajes no son malvados, sino atolondrados, infelices, sobre los que el autor nunca hace recaer el peso de la culpa sino más bien contra el sistema. Los trata con piedad.

MUERTE DE UN FUNCIONARIO. (condensado)
Desde su butaca del teatro, en la segunda fila, contemplando a través de sus gemelos la obra teatral, el alguacil Cherviakov, estaba absorto, pendiente de la trama, cuando de repente su cara se contrajo, su respiración quedó en suspenso, para luego soltar un tremendo ¡atchilis! Sacó su pañuelo, se sonó al tiempo que reconoció al general Brisjalov del Ministerio de Caminos secarse con el guante la calva y el cuello.

–Perdone, excelencia –dijo el alguacil, muy confundido–. Siento haberle salpicado …. Lo hice sin querer.

–No tiene importancia.

–¡Por amor de Dios!, ¡perdóneme! ¡Ha sido sin querer!

–¡Está bien! ¡Por favor, siéntese! Déjeme escuchar.

No obstante, lo esperó al salir del teatro.

–Lo salpique. Fue sin querer …
–¡Está bien!, ¡está bien! Ya me había olvidado del incidente y usted. Todavía insiste en él –dijo impaciente.

Al día siguiente, a instancias de su esposa, fue a excusarse de nuevo. En la sala vio a muchos solicitantes ante el general, quien reparó en su presencia.

–¡Excelencia! Si me atrevo a importunarle es bajo el impulso de mi arrepentimiento. No puede ignorar que no lo hice adrede.
–¡Caballero, usted está bromeando y desapareció detrás de la puerta. Al día siguiente volvió a ir para explicarse. “Ayer vine a molestar a su excelencia –consiguió decir cuando el general fijó en él su mirada interrogadora–, no para bromear como se dignó a decir usted sino para disculparme por el estornudo en que le salpiqué… No tenía intención de bromear”.
–¡Fuera de aquí!
–vociferó el general temblando de ira.
–¿Qué? –dijo cherviakov, palideciendo de espanto.
–¡Fuera de aquí! –repitió el general pataleando.
El alguacil sintió como si algo se le desprendiese en el estómago. Sin ver ni oír nada se encaminó a la puerta hacia su casa. Llegó como un autómata y sin quitarse siquiera el uniforme de gala, se acostó en el sofá y … se murió.

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