34.8 C
Tarapoto
jueves, marzo 28, 2024

Recordando Chazuta

Fue mi primera visita a Chazuta sin ella. Son las ocho de la mañana y me encuentro desayunando en el restaurante de Abel Martínez Lozano mientras mi vista se pierde en el río Huallaga y la terraza alta del otrora fundo “California” que alguna vez perteneciera a don Reynaldo Bartra Alvarado, descendiente de Elías Bartra Mera y Emperatriz Alvarado y cuyo linaje se consolidaría en el pueblo por casi todo el siglo XX. Viejos recuerdos vienen y desfilan por mi memoria: la historia del pueblo y los personajes cuyas vidas fueron trascendentes.

Comparo los años cincuenta con los tiempos de hoy. Antaño, desde las primeras horas del alba comenzaba el movimiento febril de canoas que bajaban hacia los puestos de Llucananayacu, Chipaota, Shilcayo y el Curiyacu. Diestros en el manejo del remo y la tangana los chazutinos dirigían sus canoas aguas abajo con cierta displicencia sin preocuparse por el mañana; en horas de la tarde, a la oración del día, retornarían con sus atados de leña, sus racimos de plátanos y lo que la tierra producía. Medio siglo después, del puerto solo zarpan peque-peques y he podido contar solo en esta mañana cuarenta de estas embarcaciones. Las canoas prácticamente están desapareciendo.

Rememoro esas épocas en que a la escuela íbamos con solo un cuaderno manavalque y un lápiz. Lo comparo con este tiempo en que el alumno tiene que llevar pertrechos como si fuera a la guerra. Y esto me hace reflexionar en que si la educación mejoró, o sigue igual o está peor. Debe estar peor porque solo nos hemos dedicado a resaltar lo malo. Ahí están los asaltos, la barbarie de los feminicidios, temas a los que los medios les dedican un tiempo escandaloso.

Recuerdo, entonces, en que en Chazuta parecíamos vivir en la tierra donde todas las cosas se hacían posibles. Vivian en una armonía integradora los Sangama, los Bartra, los Tuanama, los Arévalo, los Reátegui, los Fababa, los Villanueva, los Yaicurima.

La modernidad hizo desaparecer de los pueblos su visión del ideal de comunidad, de que tenían intereses comunes, cuando todos compartían el deseo de ser felices dentro de su propio escenario de ostracismo. De verdad que nos sentíamos felices, cuando en el pueblo solo había no más de cinco radios transistores y tener uno ya era signo de buena posición social. ¡Y vaya que lo era! Y esa falta de comunidad que se perdió con la modernidad quizá sea la causa de tanto latrocinio y criminalidad. Lo grave es que nadie está interesado en combatirlo, menos aún el Congreso en donde se encuentran seres pusilánimes como ese pelado que se considera la última chupada del mango.

Rememoro en Chazuta a ese pueblo casi olvidado pero feliz, como si tuviera dos guardianes en los cerros de El Rompeo y El Curiyacu. Con la Huinsha vendiendo sus rosquetes y huahuillos, con el guardia civil don Isidoro Cabrera caminando altivo por la entonces calle Bartra Mera, los comisionistas preparando las balsas para llevar el aguardiente rio abajo hasta Yurimaguas, el terror ancestral a los espíritus de los ahogados o sipicudos, a los licenciados recién llegados de las guarniciones militares picando a las huambras y solo esperando una sonrisa para tenerlas en la talega, la canción de Pipi Vela y su guitarra de siempre…. Escribo esto porque de los recuerdos también vivimos. [Comunicando Bosque y Cultura].

 

Artículos relacionados

Mantente Conectado

34,512FansMe gusta
256SeguidoresSeguir
1,851SeguidoresSeguir

Últimos artículos