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viernes, marzo 29, 2024

Los reencuentros familiares

En el espacio en que un año se va y llega el otro, existen áreas blandas, como la forma zigzagueante del acordeón, donde al parecer acaban las asperezas y comienzan las bondades. Es allí, precisamente en ese lugar, cuando nació Jesucristo hace más de dos mil años atrás. Pero, El Hijo de Dios, no nació solamente esa vez, está naciendo de manera permanente en nuestras familias, en las profundidades de nuestros corazones. Es entonces, cuando en estos momentos blandos, ocurren los históricos encuentros familiares bañados con el Espíritu de Dios, quizá por esa razón, las familias se abrazan, se dicen que se quieren, se alimentan de ofrendas cárnicas y frutícolas, se intercambian de regalos, hacen fiestas, revientan juegos pirotécnicos; algo así como cuando regresó a casa el hijo pródigo. No hay un solo integrante familiar que deje de reír, que se muestre orgulloso de tener su familia.

Ha pasado todo un año de arduo trabajo. Los cuerpos humanos están estresados, todo el mundo quiere pasar un lindo fin de año y qué mejor con la familia. Ante la presencia viva de Dios, hay que hacer un listado de nuestros actos desde enero hasta la fecha. Luego analizar con calma y ver en qué actos mejorar en el año siguiente, si es que recibimos la gracia de Dios de seguir viviendo.

En el fin de año, todas las personas se muestran felices, quizá porque se sienten bañadas de amor familiar, porque se perciben las vívidas vibras de los vibrantes corazones, porque tenemos la grata oportunidad de tenerlo al Divino Niño Jesús recién nacido en nuestros nacimientos familiares. Está demostrado que el amor es lo más grandioso que el ser humano puede experimentar. Jesucristo vino al mundo por amor, es más, por el infinito amor de Dios. Nuestros hijos vivieron al mundo por el amor humano de sus padres y el amor de Dios. En efecto, todo se hace por amor. Por amor se unen dos personas totalmente desconocidas y tienen sus hijos. Por amor las personas rompen todas las barreras humanas para conseguir unirse. Por amor las personas llegan a sus familias los fines de año y comparten minutos, horas y quizá algunos días. Donde está Dios está el amor y allí reina la felicidad familiar. ¿Cuándo la persona está feliz? La felicidad no solamente se encuentra en el más allá, al lado del Señor, si es que aquí hoy me comporto bien; sino, cuando los actos de cada instante son agradables a todos los que nos rodean: los seres humanos, los animales, las plantas, el suelo, el aire, el agua. No hay que dar mal uso a las palabras. Unos dicen: “Estoy feliz porque le hice el amor a esa chica”. Un momento, primero, no se le hace el amor a nadie, el amor se hace entre dos personas que se aman y de manera voluntaria; de lo contrario se llama violación, y ese acto sí es un delito, por tanto señor, no le hizo el amor, sino usted cometió un delito y debe presentarse a las autoridades correspondientes. ¿Ésa es felicidad? ¿Es felicidad cometer un delito? Entonces, es conveniente dar buen uso a las palabras, no se puede sentir felicidad si es que los que nos rodean están infelices: Los vecinos, la esposa, los hijos, los cuñados, los suegros, las plantas, los animales, los compañeros de trabajo. Alguien sale de una sesión de infidelidad y dice que se siente feliz, llega a casa con la cara de bobo y reniega por todo con los hijos, la esposa y con todo lo que le rodea. ¿Cómo se puede llamar felicidad a ésta forma de vida? Llega el esposo a casa en alto grado de embriaguez, con olores desagradables, profiriendo términos irreproducibles y altisonantes. Los integrantes de la familia se ponen a buen recaudo. Otros salen al vecindario hasta que se quede dormido el enfermo.

Que el ambiente familiar cargado de amor, sea como una densa humareda que se impregne no solo en las pieles sino en los corazones de los integrantes de las familias. Que en estas fiestas navideñas, sean fiestas por ese nuevo nacimiento de Jesucristo en nuestros corazones, porque cuanta falta hacía la presencia de Dios en las profundidades de nuestras casas, de nuestras familias, de nuestros hogares. ¿Por qué nos damos “el lujo” de no vivir felices, en la Gracia de Dios, en nuestras familias? Más tontos no podemos ser. ¿Por qué nos dejamos llevar de lo que dice el borrachito de la esquina, de ese arraigado machismo nefasto? Tenemos que ser fuertes. Ser buenos no significa ser tontos. Debemos dar prioridad a las decisiones que conduzcan a las felicidades de los integrantes de nuestras familias. No se trata de ser mojigato, que soy cristiano a mi manera, que no soy dogmático. No, no se trata de esos falsos conceptos; se trata se enrumbar a la familia a la embarcación que conduce a la auténtica felicidad.

 

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