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jueves, marzo 28, 2024

Betty: A un mes de tu partida

Hace un mes, un 17 de noviembre, Betty emprendió ese viaje para el que nunca estuvo preparada. Se fue llevándose parte de nuestras vidas, nuestras vivencias, nuestra manera de ser y nuestros sueños. Había soñado vivir junto a ella por toda la eternidad superando los problemas cotidianos y siendo felices con lo que podíamos tener que, por nuestra manera de entender la vida, era de repente demasiado. Se fue sin que supiera esos secretos que nunca compartí con ella como la de aquella vez que lloré de rabia e indignación cuando un ex director del Fondeagro, exigió que para hablar con él tenía que solicitarlo por escrito. Nunca le conté nada de este sujeto miserable, ruin y abyecto, que anda por aquí cerca. Ahora lloro por su ausencia.

Debo decir también que para vivir este drama tampoco estuve preparado porque nunca estamos preparados para estas cosas. Y creo que ni los años que pasen borrarán el recuerdo y el cariño que nos tuvimos pero que nunca lo expresamos en palabras. Porque nos lo dijimos con gestos, con comprensión y con esa tolerancia mutua que sentíamos a pesar que no éramos perfectos. Y recién ahora me doy cuenta de su valía como mujer, como esposa, como esa compañera que me ayudó a transitar casi medio siglo de nuestra existencia. Puedo deducir después de haber visto su rostro que no quería irse, que se aferró a la vida y que no tuve la suerte de estar a su lado en su último suspiro y que esperaba sentirme a su lado para irse en paz.

Betty tal vez nos enseñó mal algunas cosas. Nos enseñó a depender mucho de ella y esa dependencia hace que nuestra lucha ahora sea más dura, más difícil en su ausencia eterna y nos está costando, nos está pasando la factura y nos vemos obligados a pagarla. Porque de ti dependíamos en todo, porque fuiste la conductora de nuestros días, de esos avatares que hizo posible que nuestra vida tuviera sentido. De esas navidades maravillosas y sublimes que ya no se repetirán. De esas risas exultantes y contagiosas. De ese todo.

Recuerdo que el último poema que le leí fue el de Paul Geraldi, del libro que me obsequiara Julio Alberto Quevedo Chávez: “Adiós, amor, ¿nada al partir olvidas? Si bien poco tenemos que decirnos ¿para qué retenerte? Pero cuida de sentir inquietud en el camino. Cúbrete bien. Aquí el infierno es crudo y está, como estás tú, variable el tiempo. Te llevas todo, nada guardo tuyo, retratos y recuerdos te devuelvo. Mejor es separarnos sin decirnos reproches y sin lágrimas fingidas. ¡Cuánto nos costará olvidar que fuimos amantes locos de pasados días!”.

Betty fue una madre muy protectora, una abuelita tierna y querendona, una esposa muy exigente, le gustaban las cosas de calidad y buscaba la eficiencia y excelencia, le fascinaban las compras y era una compradora racional y compulsiva. Por eso, valorando con nuestros hijos la vida que llevamos podemos decir con tranquilidad que supimos darle su lugar y gozó de la libertad para ser ella misma. Disfrutó de la vida dentro de los alcances de la modernidad: Betty fue una mujer de su tiempo y, al serlo, nos dio esa calidad de vida que siempre anhelamos.

Betty: las frases que escribamos no bastarán para expresar el dolor de tu ausencia, de esa partida por ese largo viaje de noviembre que iniciaste. Te confieso, Betty, que el tiempo no curará mis heridas, porque te lloraré toda mi vida.

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