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miércoles, abril 24, 2024

Carta a Betty, mi esposa

Betty: Nunca estuvo en mis planes que alguna vez te dirigiría una carta. Ha llegado el momento y el no hacerlo sería imperdonable. Fuiste una esposa maravillosa. Me hiciste vivir intensamente por el tiempo de casi un siglo desde que te conocí. Me diste dos hijos maravillosos. Recuerdo que yo le puse su nombre a Willian Boris y a ti te tocó ponerle a Sergio Maximiliano. Ellos nos dieron tres nietos que por sus agudezas y extraordinario sentido del humor llenaron de plenitud nuestras vidas. Boris Estephano, Marcelo Matías y William Jared encontraron en ti esa ternura que solo las abuelitas pueden dar.

En estos largos años coincidimos en pensar y en creer que el disfrute de la vida es compartir las emociones y salir de la rutina. Rompimos esquemas. Viajamos y disfrutamos de los placeres sanos y alojarnos y disfrutar de una buena mesa en los mejores sitios que tú escogías. Pero ahora viviré otra realidad. Tal vez nunca te dije “te amo” porque el amor se expresa mejor con el afecto, compartiendo sanos esparcimientos y la emoción de leer las tragedias de Federico García Lorca, ver el mejor cine y tantas otras cosas que le dieron calidad a nuestras vidas.

Albergamos sueños y no creo serte desleal cuando te digo que sin ti han comenzado a esfumarse porque ya nada será igual. Algo, o quizá demasiado, ha quedado destruido en mí y tendré que hacer un esfuerzo supremo para no derrumbarme. Ya no habrá esa expresión de “¿Por qué no nos damos una vuelta por Chazuta?” O También, “¿Puedes llevarme una vuelta por la Circunvalación?” Porque te gustaba lo expansivo, el aire libre, que la brisa mueva tus cabellos, pararte en algún sitio donde comprar plantas. Soñabas construir un gran parque natural y público y no sé si las próximas autoridades tendrán la inteligencia y generosidad en respaldar tu idea y solo ese sueño quedará incólume como un honor a tu memoria.

He quedado conmovido por el inmenso afecto que tiene la familia por ti. Ahí está nuestra prima Betty López con su contribución invalorable; ahí está el primo Wilbur con esas preocupaciones cotidianas; ahí están todos ellos. Expresiones de afecto y de solidaridad tremendos de tus ex compañeros de trabajo me reconfortan: la Cooperativa San Martín de Porres, por ejemplo. Ahí están las personas que no conoces pero que indagan por ti. Todo ello ocurre porque fuiste una mujer buena; fuiste esa mujer que no se hacía problemas por las cosas fútiles y los asuntos sin importancia. No le diste cabida en tu espíritu a las banalidades de la vida. Y esa será siempre una maravillosa enseñanza. Te dedicaste a vivir con emoción y cumpliste tu rol admirablemente.

Gracias, Betty, por darme lo mejor de la vida; por haberme hecho disfrutar de la grandeza de las cosas simples. Por tu risa, por esas Navidades inolvidables, por esos instantes de plenitud junto a nuestros hijos y nietos; por ese compartir de momentos con la familia. Por ese cariño que te mostraron la familia, tus amigos, nuestros primos –algunos especialmente–.
Quisiera seguir diciéndote muchas cosas. Decir que procuraremos ser mejores a partir de ahora: uniéndonos aún más, queriéndonos, agradeciendo a esa buena gente que tuvo la generosidad de darnos un trabajo, como la buena noticia que te llevé cierta tarde de este octubre de 2018 saliendo de la Dirección Regional de Agricultura y que te llenó de emoción. Perdóname por mis defectos, por esos malos momentos que te hice sufrir. Gracias, Betty, por el sendero que nos enseñaste a transitar. Gracias, Betty, esposa mía, porque nos enseñaste a vivir.

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