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viernes, abril 26, 2024

¿La vida es un carnaval?

 

Un mar de gente alcoholizada, apretujada y bailando reguetones donde no rozarse está proscrito. Más te pegas, más te quiero. Delante del gentío una banda de música, una orquesta sin piedad le canta a la muchachada que está borracha y el animador anuncia que premiará con cerveza a los más alegres. Entonces, la gente entra en estado parkinsoniano. Todos se mueven como posesos, gritan como psicópatas y se van quitando la ropa al ritmo de mujer con cuerpo de sirena. Eso es el carnaval san martinense, eso es lo que seguimos proyectando al país entero.

¿Y la cultura? ¿Algún corso con temática y carros decorados donde la juventud haga gala de sus dotes dancísticas con un ápice de identidad cultural? ¿A dónde fue a parar la fiesta popular y cultural carnavalesca en la que, incluso, se podía criticar con sarcasmo veraniego a la autoridad incompetente? ¿En qué centro de acopio fue a estirar la pata nuestra decencia como región y el valor por la cultura endémica? ¿En qué momento se jodió el carnaval en San Martín?

Y hablo en general. No seré cómplice de quienes atacan sólo al Tarapotón, porque en todas las manifestaciones que se montan en San Martín (incluido el de Rioja) el hilo conductor es el mismo: ubicar un canchón, embriagar a la juventud (con menores de edad) y ponerles orquestas medianamente conocidas. Resultado: negocio redondo ¿Decoración para aparentar una marquesina cultural? Un atado de concursos de coreografía importada, una carpa para caritas pintadas y 1000 volantes para contar la historia del carnaval y, de paso, ensuciar la ciudad.

El refrán es contundente y está vivito y coleando. En tierra de ciegos el tuerto es rey. Ante la ausencia de autoridad municipal y la incompetencia de los encargados de la dirección de cultura, los regidores piensan que es un aporte elegir mises, regalar cajas de cerveza helada, cerrar las calles y llamar al desmadre colectivo en nombre de Momo o la Cristal al polo.

No hay visión cultural y lo que es más dramático es que no hay la más mínima intención de corregir la situación. Organizar una deficiente feria de libro con cuatro toldos y poca sustancia, solventar la impresión de libros a granel y asistir a conferencias infértiles para pedir conciencia al pueblo anestesiado por “rompe calzones” es el modus operandi de una autoridad cultural, municipal y regional ignorante, mediocre y sin capacidad de gestión.

La miopía cultural es un virus, es casi una ceguera como la de Saramago: blanca, como un mar de leche. Entonces, en medio de esa podredumbre los empresarios facturan, la juventud se pierde en la resaca de sus sueños y la autoridad pasa piola. Pasa piola porque hace lo que quiere la gente. Como en el coliseo romano donde las gradas pedían más vino y sangre y con eso les alcanzaba para ser felices.

Lo que hoy se da en la región es una vergüenza por donde se le mire. Habría que buscar referentes y cambiar el chip. Un buen ejemplo es el carnaval de Barranquilla, una auténtica fiesta popular y cultural que recibe turistas con corsos, alegorías, espectáculos dancísticos, ferias gastronómicas, música vernacular y un fin de fiesta mestizo como nuestra gran patria latinoamericana.

Pero aquí, en la tierra del misticismo, del realismo mágico amazónico, en la despensa de la biodiversidad peruana, en la fábrica de oxígeno y mitos, el alma del carnaval sanmartinense es el culto a la silicona, el placer por el carrapicho y la sed por la cerveza importada.

Pero tal como se ve venir la mano, parece que nada cambiará. Que todo seguirá así y seguiremos siendo vistos como el patio trasero del Perú donde se viene a juerguear, ver calatas y tomar como parroquiano. Ah, claro, aquí se sigue aplaudiendo espectáculos anodinos y carísimos como el de Fabiola de la Cuba. Se siguen tomando selfies con la contaminación de fuegos artificiales de los onerosos castillos en los aniversarios de Tarapoto o Moyobamba, por ejemplo.

Aquí se sigue brindando con cañita, se compra en bolsa de plástico, se contamina el río con pana y elegancia, se pide agüita y gaseosa en vasos de tecnopor que Peruvian sigue utilizando con impunidad letal en todos sus vuelos.

Entonces, intentar poner un alto al carnaval paria puede sonar utópico. Casi casi una fantasía. Pero vamos, la esperanza es lo último que se pierde. Lo último.

 

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