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jueves, abril 18, 2024

Tarapoto: La ciudad y su gente 2

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Esta ciudad encierra bellas historias en sus barrios que, en pleno siglo XXI todavía son lugares de residencia de familias emblemáticas. Baltazar Martínez de Compagnon, Obispo de Trujillo y cuya jurisdicción llegaba hasta el río Caquetá (actual Colombia) visitaría esta ciudad en el año de 1782 con un séquito de pintores que grabaron imágenes de nuestra idiosincrasia y lindo sería que la Municipalidad Provincial de Tarapoto promoviera una exposición de esas acuarelas que se encuentran en un libro en la Biblioteca Municipal, si es que todavía no le dado el aire.

Por estas calles van desfilando gentes de toda laya; ricos y pobres, altos y bajos, pero destacan los vehículos con lunas polarizadas como queriendo decirnos que hay un grupo de gente que no quiere mezclarse con los otros y nos envían el mensaje de que la inclusión en la sociedad termina y comienza en una reunión con sus amigos exclusivos y pudientes. Pero también pasan funcionarios y altos caicumas, también en sus poderosas camionetas con lunas polarizadas, y sabemos que disfrutan de ello, porque en ese cuarto de ahora de fama y prestigio que es un derecho adquirido porque tiempo después tendrán que bajar la colina como en esa bella canción de Joan Serrat y volverán a ser lo que siempre han sido.

He departido esta tarde con Miguel Antonio Reátegui Flores, tarapotino de pura cepa, en el café La Plaza, del Congresista. Me cuenta sus andanzas en los Estados Unidos de donde ha retornado a su ahora cosmopolita ciudad, a la que la encuentra bella, adelantada, con otra gente que ha contribuido a su poderoso dinamismo. Con él recordamos esos años sesenta con los tres únicos autos de Juan Pablo Mori, Alfonso Vásquez Gómez y Aquiles Tello Flores. Cuando a la primera cuadra del Jr. Andrés Avelino Cáceres, don Carlos Corcuera lo había convertido en su canchón de carrocerías de camiones y camionetas que el tiempo los había oxidado y mogrentado y que eran parte del paisaje pre-moderno de la ciudad.

Con Miguel Antonio degustamos un café –felizmente no es tacaño como los congresistas, éstos que no dan ni la hora—y de los recuerdos pasamos al presente. Hablamos de política y, felizmente, coincidimos en nuestras posiciones aunque, por motivos de seguridad, esta parte de la conversación tenemos que realizarla casi de modo clandestino, porque el peligro está latente. Por apreciarle mucho a Miguel Antonio, a veces tengo la tentación de decirle de forma indirecta, pero siempre de manera política, que estoy buscando un mecenas, aunque esto pareciera ser como la leyenda del cínico Diógenes.

Llegan otros amigos con quienes nos saludamos al paso. Comienzan a salir del Juzgado los magistrados con sus corbatas llamativas y Gilberto Sánchez Noriega ha agotado la venta del diario Trome, que se vende como pan caliente y veo con estupor que gente de muy buena formación académica lo prefieren a La República y El Comercio. Pero somos peruanos. Lindas mujeres desfilan por las aceras vecinas como si fueran diosas para esos pobres mortales que solo pueden degustar un agradable café de lata.

Son días previos al gran momento que viviremos los peruanos. El peruano, dicen, es menos que ese animal que solamente se golpea un vez en el mismo palo…Al peruano le gusta golpearse una y mil veces en la misma quiruma y parece hacerlo con emoción y alegría. A eso estamos acostumbrados, porque no tenemos capacidad de enmienda y nuestra memoria es tan frágil porque bastan unos segundos para perder los recuerdos.

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