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viernes, abril 26, 2024

¡Me mojé!

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Siempre he tenido miedo de mojarme. Sentía que era muy agresivo y que hacerlo, sería una falta de respeto a mi cuerpo, y de no hacerlo, mi curiosidad se caería por cada uno de los peldaños de las escaleras.

Nunca fui cucufata, pero acepto haber sentido recelo de experimentar una y mil veces las experiencias que sin duda te dejan extasiada. ¡No me mojes por favor!, escuchaba a lo lejos, como una exclamación de súplica de ese mundo casi prohibido, solo de pocos y de grandes amores, que suelen mojarte hasta el alma.

Desde niña siempre me escondía para hacerlo. Mis primos eran mi mejor escudo para que los globos llenos de agua no reventarán sobre mí. Eso sí, a mí me encantaba mojar, pero huía ante la más mínima presencia de agua. Ese juego de tira y afloja, siempre fue predominante. Con el tiempo, todo eso se fue esfumando. Ya no existían globos, ni agua, ni pintura. Simplemente ya no me mojaba.

Después de muchos años, retomé la práctica, confieso que no fue fácil, dejar que el agua se vuelva parte de mi cuerpo, era un pudor que no lo desataba, al menos no con ropa encima. Y así, entre caminos y rutas, decidí revivir los recuerdos del carnaval de ayer, hoy y siempre.

El carnaval es un paréntesis que abrimos en nuestras buenas costumbres, hacemos alarde del entrañable amor, por ello este año me entrego a los brazos de la música más desenfrenada, del baile, los disfraces, la extrema diversión y todo siempre a cuerpos mojados.

El juego con agua es generalizado en todo el Perú, y se extiende por varios días. Desde el siglo XX esta práctica se disfruta llenando globos con agua y baldes, persiguiendo a los pobladores hasta mojarlos; antiguamente se hacían con huevos llenos de agua. Los hombres mojan y pintan a las mujeres y viceversa, en juegos que también incluyen talcos, betunes e incluso barro. En algunos lugares, exageran, hasta con orina.

Estas festividades tienen un matiz especial, la que se mezcla lo natural con lo sobrenatural, lo religioso con lo pagano; lo terrenal con lo cósmico. Sus orígenes en los pueblos de la antigüedad, provienen de una mezcla de festividades y ritos en honor a la tierra, los animales y plantas. Eran amantes de la naturaleza, a la que consideraban como una divinidad. De tal forma, cada pueblo fue desarrollando su propia identidad y forma de expresarla.

La fiesta se desenvuelve con sorpresas, espontaneidad y locura. Es un regocijo que envuelve, mata y revive a la vez. Estas fechas son propicias para descubrirse, para sacar el “yo interno” y dejarlo suelto en plazas repletas de personas en busca de esa dosis de alegría, que solo el carnaval te puede ofrecer.

Estas fiestas nos purifican el alma, es una excelente manera de poder desatar nuestros más bajos instintos. Me pongo una máscara. No parezco chivo, pero sí una diabla. El sol es abrasador, sofoca, pero encandila. El sudor y el agua hacen el amor y el amor hace la fiesta. Todos nos refrescamos de una manera bendita.

Por todos lados hay pintorescos personajes, ya no están camuflados, el chivo es chivo, la diabla seduce a todos y los cuernos no son censurados, muchos lo llevan con honor y gloria. Cuanto más fea sea la máscara, más atractiva resulta para todos.

A cada minuto se da rienda suelta a la alegría, lanzar globos, pintar los rostros y mojar los cuerpos, con baldes llenos de algarabía sin igual, son placeres que nadie puede imaginar.

Los cuerpos mojados son rutas trazadas a la gloria, la dulzura que contagia y la alegría que excita, hasta lo más íntimo. Nos vemos sumergidos en una fiesta sin entrada reservada, donde aseguras tener el clímax de la vida. La cultura se mueve, danza, grita y con ello, el pueblo, jadeante, empieza a vibrar al son de los tambores.

Y ahí estamos, preparados para el destello de días gloriosos, bombos, tambores, música, danzas, globos, pintura, costumbres que no se pierden y un poco más de esos sentimientos envueltos en esta fiesta de colores, que nos devuelve la magia que todos tenemos dentro.

La música se escucha a lo lejos, cada vez más fuerte, es en ese momento que despierto a la realidad. Estoy cansada, extasiada y mojada… el carnaval ya empezó.

¿Me mojas, amorcito?

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