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jueves, abril 25, 2024

Comicidad de la política peruana

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La justicia en el país es un mercado. Un mercado donde cualquiera puede entrar con facilidad, pero para salir, esa facilidad se reduce a un minúsculo grupo de ciudadanos que tienen el privilegio y poder a su entera disposición. En este mercado, llamado justicia peruana, se compra y se vende de todo. Sus costos son elevadísimos, lejos del ciudadano común y corriente; lejos de un ciudadano que exhibe como tal, solamente su DNI; lejos de un profesional que exhibe como tal, solamente su honradez, su verdad y sinceridad.

Así es el Perú nuestro. Los que administran justicia, en el fondo lo que están administrando es una mercadería al mejor postor. Por ello la gente se rebela, a veces va a extremos y quiere hacer justicia con sus propias manos, sabiendo muy bien que ello es un delito y que pagaría consecuencias de perder su sagrada libertad. A muchos, consciente o incoscientemente, poco les importa esto, cuando ven que literalmente la justicia está lejos de ellos o de ellas.

No es ético y coherente que los procesos judiciales de ciertos políticos y que hoy una vez más les vemos en la palestra de las aspiraciones presidenciales, sus casos se ven prescritos. Comprendamos que las faltas y los delitos no se prescriben, no se borran, tan solamente porque así lo determina normativas equivocadas y que para el Legislativo no es nada difícil su anulación o derogatoria respectiva, pero que al mismo tiempo estos se ven imposibilitados porque son parte y aliados de un circo que tiene grandes prevendas a través de los que administran este gran escenario de la comicidad política peruana.

García está blindado por jueces apristas que velan y desean que asuma por tercera vez la máxima magistratura del país; Toledo; PPK; Ollanta; Keiko, siendo como fueron ya gobierno, ésta última a través de su padre, no dejan de tener grandes influencias a través de jueces y vocales judiciales que tienen enorme capacidad de decisión para liberar o encarcelar, y que ellos a su vez estén seguros y canten victorias por las conquistas personales, de familia o de grupo, y que el circo de la comicidad política peruana, esté en su mejor productividad.

¿Qué estamos aprendiendo los ciudadanos en estas elecciones democráticas de los últimos años? ¿Concretamente qué debemos dejar de hacer para que este circo de la comicidad peruana no nos vaya estafando de la manera más grosera como lo vienen haciendo? La respuesta es algo simple: viciar nuestros votos; porque tampoco podemos dejar de acudir a votar, pero sí viciar nuestros votos, porque tampoco podemos dejar en blanco, esto sirviera ya para una gran especulación de los personeros que están presentes, que estos se pongan de acuerdo por un partido político determinado y a las finales determinen como ganador a alguien de sus preferencia.

No auguro nada novedoso para el Perú a puertas a cumplir 200 años de supuesta independencia, con la catadura moral que tienen todos ellos y ella. Aquí tampoco existe el mal mayor o el mal menor, pues todos son males mayores, es más, todos expelen rechazo y corrupción en todas sus formas.

Con los candidatos presidenciales que tenemos, estamos lejos de alcanzar reingenierías estructurales, ya nos demostraron cuando eran gobierno directa o indirectamente; más si le añadimos una larga lista de candidatos al Congreso, todos ellos o ellas aspirantes a ser millonarios de la noche a la mañana, porque eso es lo que tenemos del Congreso: no hay uno solo que diga que es el devoto de servicio al pueblo, y si acaso lo dicen, es puramente una estúpida hipocresía.

Con estas características y temperamentos de los candidatos, no hay absolutamente nada en expectativa para que el Perú salga del despeñadero que está a punto de desplomarse.

Soy de la idea que el Congreso sea un gran salón de teatro, comedia y drama, y que Palacio de Gobierno, sea el filtro para dirimir todas las comedias teatrales que se presenten. Pues esto es lo que hicieron durante casi 200 años que estamos a punto de cumplir el 2021. He perdido toda la credibilidad en toda la clase política; he perdido la credibilidad en sus mensajeros que dijeron tener la varita mágica del desarrollo, cuando la gran varita mágica fue hacerse de los grandes capitales e influencias al más alto nivel económico.

Y dicen llamarse revolucionarios o renovadores de una nueva corriente política.

¡Al diablo con esto!

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