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martes, abril 23, 2024

La falsedad de nuestra identidad amazónica

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Hola mis amigos lectores de miércoles nuevamente estamos de vuelta nos habituamos para ser parte del mensaje y opinión tal como piensan ustedes y arrancamos. Ahora resulta frecuente escuchar en distintos lugares y ocasiones la preocupación por la falta de una identidad amazonia. En muchos casos, además, esta preocupación va acompañada de cierta esperanza o ilusión de que muchos problemas del país se solucionarían si tuviéramos esa identidad amazónica que nos falta. Parece que nuestra amazonia en el Perú, pues, tenemos cierta obsesión con el tema de la identidad, casi como si fuera un fantasma que nos ronda y nos asusta, y no desaparece.

Para muchas personas, esta preocupación se acentúa aún más cuando se discute el sentimiento de identidad amazónica que se aflora en la selva, como si el calor o la humedad excesiva hiciera que la gente que vive en nuestra región amazónica se sienta menos peruana. Muchos se preguntan: ¿cómo los indígenas van a sentirse plenamente peruanos si ni siquiera conocen bien lo que es el Perú? Es precisamente este tipo de consideraciones lo que motivó a varios gobiernos peruanos a lo largo del siglo XX a promover “fronteras vivas” en la selva con grupos de colonos provenientes de regiones del país que podían ofrecer garantías sólidas sobre su “peruanidad”. Resulta frecuente, pues, que la discusión sobre la peruanidad y la identidad nacional se formule a partir de referencias geográficas, de tal manera que dependiendo de cuán cerca o cuán lejos uno se ubique respecto de la capital, será más o menos peruano; y vivir cerca de un país vecino hace que el grado de peruanidad descienda enormemente y se torne sospechoso.

El primer aspecto problemático radica en el concepto de identidad amazónica o nacional que manejamos. La mayoría de personas tendemos a definir “la identidad” a partir de conjuntos estables y permanentes de características que eventualmente podrían enumerarse en una lista. No obstante, a lo largo del siglo XX, las distintas ciencias humanas y sociales nos han ido demostrando que esto no es así.

En segundo lugar, las identidades no son excluyentes. Podemos ser varias cosas al mismo tiempo sin caer en ningún tipo de esquizofrenia. Estas diversas facetas o dimensiones de nuestra identidad, sin embargo, no las expresamos todas al mismo tiempo, sino de acuerdo con el contexto en que estemos. Por ejemplo, no siempre nos definimos como “peruanos”. Si estoy caminando por la calle y alguien me pregunta quién soy o cómo defino mi identidad, no comenzaría diciendo que soy peruano; pero si estoy en un evento con gente de distintos países, sí lo voy a hacer. Un elemento clave en el contexto va a ser la necesidad de diferenciarnos de los demás.

En el caso de la selva peruana tenemos, además, una gran variedad de grupos humanos y culturas. Solamente hablando de pueblos indígenas, existen más de 50 pueblos diferentes en territorio peruano, cada uno con su propia lengua y costumbres. Y a éstos, habría que añadir también a los ribereños, mestizos, descendientes de migrantes de diversas regiones del país y de países del mundo. Todos estos grupos poseen una identidad propia y la expresan en distintos momentos y de variadas formas, pero al mismo tiempo no dejan de ser parte de una localidad, y al mismo tiempo son “selváticos” y peruanos.

Finalmente, existe un tercer aspecto problemático, quizás el más relevante para nuestra discusión actual en el país. Muchas veces llamamos “problema de identidad nacional” a lo que propiamente es un problema de convivencia y organización política. El problema no es saber quiénes somos o cómo somos, sino cómo reconocer como iguales a aquellas personas que piensan o se comportan de manera distinta y que son tan peruanos. En otras palabras, el problema está en cómo tratarnos con respeto, sin insultarnos, sin discriminar a los que son distintos, sin excluir a nadie por sus ideas, creencias, idioma, costumbres, color de piel, etcétera.

Si queremos exorcizar para siempre la preocupación que nos ronda sobre la identidad nacional tenemos que asumir el desafío de transformar una forma de convivencia marcada por la exclusión y la discriminación en una forma de vida en común que nos permita vivir a personas diferentes como iguales. Se trata, entonces, de un problema de convivencia y justicia social y no de un problema de “identidad”; un problema que no nos debería llevar a preguntarnos “¿quiénes somos?”, sino “¿qué tipo de relaciones sociales o Estado queremos tener?”.

Hasta el próximo miércoles, si papá Dios quiere y mis enemigos también.

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