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viernes, marzo 29, 2024

Las distancias del campo y la ciudad

columna

En todo país de nuestra Latinoamérica hay ancianas que tejen con el algodón.

Ellas van hilando desde el tiempo anciano, durante semanas y hasta meses para hacer una hamaca, una camisa, una bufanda. Un mes para la hamaca, me dice en Bolivia, María, una viejecita nativa chiquitana, con el rostro lleno de surcos, que desde que tiene recuerdo, se ha dedicado a ver los días, acompañada del sonido de su rueca, que va convirtiendo en hilo, el fruto de los campos: el algodón.

Con mil nombres en todos lados, los tintes le dan color al blanco fruto, hierven tres días junto a los copos para dejar el color que acompañará a la tela hasta que pase a formar parte de la tierra, de la que salió antes.

Aquí, en Santa Rita de la chiquitanía, los colores se inspiran en el cielo, el lienzo de los dioses, para darle prioridad a los tintes; el acabado, lo dan los sonidos de la tarde, el pajarillo de plumas que cubren su rostro, la cola del avecilla que atrapa moscos con habilidad insuperable, la combinación de colores del martín pescador a la orilla de los bañados. Todo aquí es inspirado…

A apenas 150 kilómetros, en una de tantas ciudades que el comercio ha creado, en un día se fabrican 150 hamacas iguales, los tintes se hacen en laboratorios que nadie sabe y los modelos, responden a los requerimientos de los consumidores..

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