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jueves, abril 25, 2024

Antes que seamos lo que somos

columna

Algo que he podido comprobar en los viajes que he tenido y de la lectura que ha pasado por mis ojos, es que en los pueblos originarios de la Amazonía, hasta antes de la llegada de los españoles, los hombres y los animales tenían el mismo estatus.

Claro que el hombre de pronto podía dominar a algunos, sin embargo, se revelaba una naturaleza mágica entre ambos, un entendimiento con un idioma que trascendía las diferencias físicas. Los hombres hablaban con los animales y era de estas charlas que se formaba la historia y la historia viajaba de boca en boca.

Antes de la llegada de los españoles, para los pueblos originarios, los animales eran enemigos o hermanos, eran criminales proscritos o seres que habían, entre otras cosas, descubierto originalmente el fuego. Eran también, en algunas culturas, su destino tras la muerte, como eso que le dicen la reencarnación, sin necesidad de haber sabido de Krishna (como un pelejo para el ocioso, un puma para el rápido y salvaje, un zorro para el astuto, un cerro para el grande).

Cuando puso el ego europeo pie sobre América, Dios pasó a ser un hombre perfecto que vivía en las nubes, desde donde todo lo veía. También había un infierno y castigos eternos y la Santa Inquisición. Y también fueron descubridores de ríos, de pueblos y de cerros; tal como si antes otros ojos y otros nombres (consensuados con la tierra y todo lo que vive sobre ella), no hubiesen ya sido sobre ellos.

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