No hay lengua mejor, no hay un idioma que sea superior a otro, entendiendo que toda lengua sirve a un propósito comunicativo y ayuda a la integración de la especie humana. Es verdad, no hay lengua o idioma superior pero me gusta más un “te amo” que un “I love you”; saboreo mejor el sabor de la vida cuando digo monte, agua, risa, chiquilla, caricia y no sus equivalentes en otras lenguas. Y qué bien suena incluso un buen ¡Carajo! De vez en cuando, en el momento justo y necesario. El hablar bien no tiene nada que ver con hablar elegantemente o cultamente o formalmente. El hablar bien es hacerlo usando los términos que sean necesarios para dejarnos entender con las personas con quienes estamos sosteniendo el acto comunicativo. Es la adecuación la clave en esto, la adecuación al interlocutor y la circunstancia específica. Es así que en algún momento sí cabrá decir caballero y en otra circunstancia más informal estaría mejor el “chochera”, “causa”, “promoción”. El castellano de por sí es rico en posibilidades comunicativas, en significaciones ricas y dinámicas pues no hablamos ya el castellano que hablaba Cervantes Saavedra y ni siquiera el castellano de tiempo de García Lorca, a inicios del siglo pasado. Nuestro castellano, el nuestro, es un castellano robustecido, vigorizado con los aportes de otras lenguas autóctonas como el quechua y foráneas como el inglés. Esto hace que el castellano tenga tantos ricos matices de forma que en una misma conversación podemos encontrar el “cumpa” “masha”, “buchizapa” del quechua y “ok”, “full”, “ticket” del inglés. Y está bien que sea así, que incluso nos atrevamos a proponer nuevas formas y matices así como en la cocina se propone nuevos sabores. Yo me atrevo a decir por ejemplo: Desgunio, al estudio con desgano; Amorelado, a la persona que está emocionado por alguien sin llegar a ser amor lo que siente.