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viernes, marzo 29, 2024

Matar un ruiseñor

En La República del domingo 23 de noviembre 2014 pasado, Pedro Salinas pública una crónica sobre la ansiedad que tenía por conseguir el libro “Matar un ruiseñor”, de Harper Lee, que, producida por Alan Pakula y dirigida por Robert Mulligan sería llevada al cine, aunque Salinas no hace referencia al director, cuya película (Oscar a mejor película en 1962) marcaría un antes y después en el tratamiento del tema racial en los estados Unidos. Curiosamente, también ese mismo año gana el premio Nobel, John Steinbeck, uno de mis autores favoritos, de quien he leído La luna se ha puesto, Al este del edén (la película con James Dean, no tiene el encanto como el libro, digo yo) y Las uvas de la ira, que acabo de releer en paralelo con El Decamerón, de Bocaccio.

“Matar un ruiseñor”, tiene un encanto particular por la ternura de la parejita de niños, a la que se integra un amiguito que llega de visita, y la actuación especial de Gregory Peck. Filmada en blanco y negro es un sincero alegato contra la discriminación racial, y en contra de la opinión de Pedro Salinas, en la película, Gregory Peck, en el papel del abogado Atticus Finch, le transfiere más intensidad y dramatismo al argumento durante el juicio que la corte de una pequeña ciudad norteamericana del sur le hace a un hombre de color acusado de violación a una mujer blanca, una de esas cucufatas que nunca faltan, que estaba “aguantada” y que necesita con urgencia “que le hicieran el favor”.

La película tiene una mezcla de la aparente calma que tienen los pueblos pequeños, pero donde se mezclan las pasiones y los prejuicios de una sociedad que no ha superado las vallas de la discriminación. Si bien Gregory Peck ya me deslumbraría en El proceso Parradine, Mi amante infiel (ésta, una biografía sobre el escritor Francis Scott Fitzgerald) que protagonizara con Debora Kerr, en la película logra su mejor actuación y tiene sus picos de dramatismo, antes de la llegada al gran juicio, siendo un monumento a la integridad de un abogado que se rebela a los lugares comunes de una sociedad que sumida aún en su terrible provincialismo se pone sus propios cabes.

He tenido el privilegio de ver la película en la televisión limeña en los años setenta, así como he leído la versión completa, y lo que resulta maravilloso es que la versión condensada de la serie Biblioteca de Selecciones [ya no se publican] no se aparta en lo mínimo de la versión completa, lo que hizo que Juan Gargurevich escribiera admirado sobre la capacitad de los editores de condensar los libros. Pero en mi caso personal, lo más sorprendente es que los libros me los devolvieran cuando los presté.

No deja de sorprender que Pedro Salinas declarara su emoción por una obra en donde la autora nos describe lo que los pueblos son el fondo: esas calderas del diablo, en donde, citando una frase, se viven “conflictos morales existentes entre la gente del pueblo”. Si bien el periodista describe su emoción por el libro, nada se compara con la actuación de Gregory Peck, en el papel del abogado, encarando a una sociedad cucufata presente en el juicio. Esa actuación, impecable y con argumentaciones lógicas, debería ser el modelo para aquellos abogados que asumen la defensa de las causas justas, y no de los que defienden a políticos venales, como los que tenemos, y que con la mayor impudicia quieren seguir gobernando.

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