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jueves, abril 25, 2024

¡Allau hom…!

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Stefano Varese en su libro “La sal de los cerros” informa una investigación sobre vida y costumbres de grupos originarios de la Selva Central. Si nos fijamos en lo que pocos ven encontraremos la tesis de que “en la Amazonia nace la democracia americana”.

Con asombroso objetivismo describe el gobierno de los asháninkas encabezados por sus curanderos cuya autoridad no era carga social sino más bien apoyo y consejo para que cada persona trabaje en paz y libertad absoluta, resolviendo sus problemas cotidianos con el consecuente desarrollo económico, social y cultural de la comunidad. En otras palabras, las autoridades eran aquellas personas sabias, además de laboriosas, que con el producto de su esfuerzo personal servían a la gente por puro desprendimiento, sin recibir retribución.

Esta maravilla de gobierno democrático se reproduce en los xívitos, cholones, amacifuynes, cumbazas y demás antecedentes lamistas, como en la inmensa mayoría de etnias y poblaciones originarias de los valles de los grandes ríos de la cuenca del Amazonas desde hace 10 o 15 mil años. Vale decir, cuando los atenienses y sus grandes filósofos quebraban sus duras cabezotas esbozando rudimentos de la democracia occidental, aquí en nuestra selva amazónica, las poblaciones originarias, ya vivían la democracia perfecta que la sociedad occidental moderna hasta ahora no puede conseguir.
Dichos gobiernos que regían los pueblos selváticos de la antigüedad, forjaron sociedades democráticas libres y tan poderosas en su unidad que los Incas, crueles esclavistas y destructores de culturas nacionales, asomaron sus sucias narices y salieron chillando delgadito con el rabo entre las piernas, sin poder conquistar ningún pequeño estado democrático de la selva amazónica.

Lo más curioso del asunto es que sólo esas sociedades democráticas de la selva pudieron crear todas las lenguas del Paru (llamado después Perú), escritura ideográfica y tecnología para llevar grandes bloques sobre rodillos, ablandar rocas, escribir sobre ellas, y construir portentos como la red de caminos en toda sudamérica, ciudades admirables como Makchu Pikchu, Kusku, Guankayu, Kuelap, Saposoa, Pajatén, Wanuku y muchas otras. Algunas de estas maravillas fueron abandonadas por motivos hasta hoy desconocidos, otras cayeron en manos de esclavistas incaicos que frenaron su crecimiento y no tuvieron tiempo de agregar nada por haber sido imperio que duró menos de medio siglo, el más efímero de toda la historia universal.

El gran sabio Julio C. Tello fue el primero en afirmar que la Selva era la cuna de la cultura peruana, pero fue apabullado por la clase dominante empeñada en el facilismo de la cultura incaica como matriz. Si no retomamos su palabra, seguiremos siendo un país con identidad perdida en la sangre peruana derramada para establecer la esclavitud, sobre la agonía de la democracia creada en la selva amazónica.

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